En medio de la inmensa guerra de fuegos de esta tarde
que se ensangrentará hasta que llegue la oscuridad,
me puse a recordarte con este habitual dolor
que me viene cuando la luz se muere silenciosamente.

Te recordé sobre la espuma que levantaban
tus pensamientos que jamás llegaron a tus labios,
pero que salían por tus ojos
que mucho sabían decir, te quiero.

Te recordé sentada al borde de aquel puente
tirando las penas al rio,
para que puedan surgir las alegrías
que solías regalar como si fueran las flores
del maravilloso jardín de tus ilusiones.

Te recordé tendida sobre aquellos prados
que las lluvias le regalaron a estos campos,
poseída por el amor que te salía
desde el sin fin de tus miradas
y por los signos de tus gestos
que hablaban desde sus silencios.

Te recordaba para que desde la luz
que robabas a los fogones
y desde tus manos crecidas
por el pan de cada día,
saciaras todas las feroces ansias
que me siguen acuchillando
desde las partes donde yo me siento vivo.

En esta tarde que ya es muy tarde
para el agrio sumo de los recuerdos,
y muy temprano para que llegue
el turbio caudal de las lóbregas horas,
quise evocarte para espantar
los fantasmas que me traen la noche,
con la esperanza de encontrar en tu recuerdo
una flor en la oscuridad.