Cuento para fin de semana
UNA NOCHE DE SAN JUAN
Dos días hacía que estaba en Donosti o San Sebastián, tierra de raza indómita, de hombres trabajadores de mar y campo; y mujeres gestoras de familia, tradición, nación y patria.
Lo había traído a estas tierras una ilusión nacida en redes modernas y llegó esperando encontrar una bella mujer que a través de esa maraña llamada internet lo sedujo y cautivó. Era una mujer hermosa y cautivadora la que lo conquistó, con prosa y poesía llena de vida y misterio; de tal manera que allí estaba queriendo encontrarla. Le había dicho que su nombre era Lamia, nombre que encontró interesante, llamativo e enigmático además de la fotografía que le había enviado, la cual no era muy nítida pero que igual mostraba una mujer esbelta, bella y con unos ojos inmensos llenos de vida…
Por dos días la buscó en los lugares que creía podría encontrarla, en las calles del centro, en el parque de la universidad, en el paseo de la playa La Cocha y en algún café del centro tomando un capuccino y leyendo un periódico. Buscó y preguntó, siguió buscando por calles planas e inclinadas, nadie la conocía. Nadie pudo darle una respuesta cierta y solo pensaba en irse de aquella ciudad que creyó le estaba mintiendo o escondiendo algo.
El segundo día de estadía, en su recorrido por calles y lugares posibles de encontrarla de repente se vio entrando en una biblioteca abierta al público en la calle Urdaneta; pensó buen lugar para descansar y olvidar un poco el calor de los primeros días de verano que sobrepasaban largamente la temperatura conocida para esa época del año.
Pidió algún libro, la encargada entre muchos, le propuso algo referente a la mitología vasca, lo cual inmediatamente le atrajo y pidió tres o cuatro libros referentes al tema, algo ya había leído sobre aquello y que de alguna manera en su momento le había llamado la atención. Había leído de seres que poblaban los campos, los ríos, las montañas y las playas, entre ellos unas mujeres hermosas de piel muy blanca y de un cuerpo que era la armonía perfecta. Lo que las diferenciaba de otras mujeres era que sus extremidades inferiores terminaban en patas palmípedas, igual que las de las aves acuáticas y en otras casos en cola de pez, diferencia que para nada disminuía su hermosura y encanto. Fue esta rareza y además el nombre que tenían lo que más atrajo su atención: Lamias o Lamia.
¿Lamia? Ahora asoció el nombre de la mujer que lo cautivó e indujo a venir a estas tierras, ella se llamaba Lamia. Siguió leyendo y al retirarse preguntó dónde podría comprar algún libro que le entregara más información sobre estos seres mitológicos. Una lectora hermosa que lo escuchó se acercó y le indicó una librería y el nombre del autor investigador de la tradición vasca, el anotó esos datos. Al mirar a su informante vio en sus ojos algo distinto y al observarla notó en ella algo especial. Intrigado se alejó en busca de la librería, pensando y preguntándose casi en voz alta: ¿Todas las mujeres vascas serán Lamias?
Compró bastante literatura y entusiasmado se fue al hotel donde se hospedaba con ansias de seguir leyendo todo lo posible sobre esos seres hermosos, mejor dicho hermosas, que lo convencieron de quedarse en Donostia hasta encontrar a su Lamia, fuera esta diosa, ser mitológico o mujer, decidió quedarse hasta encontrarla y tenía el presentimiento que el encuentro estaba pronto a llegar y en algún lugar muy cercano de allí.
Ya avanzada la tarde salió del hotel ubicado en el extremo más alejado de la Playa de la Zurriola, El Punta Monpás. Caminó intranquilo y apurado por la avenida José Miguel Barandiarán Kalea, mientras pensaba en ese idioma complicado que es el euskera a propósito de que sobresalía entre otros idiomas que hablaban las personas que pasaban por su lado. Algunas palabras, las de saludo y despedida y unas pocas más, le había enseñado Lamia en momentos de comunicación virtual, como por ejemplo:
Egunón = Buen día
Arast saldeón = Buenas tardes
Gavón = Buenas noches
Geroarte = Hasta luego
Bihar arte = Hasta mañana
¿Zer moduz saude? = ¿Cómo estás?
Ni ongi ¿Eta zu? = Yo bien ¿Y tú?
Ongi ni ere = Bien también
Kalea = Calle
Con estas palabras y algunas otras muy importantes, pero que no vienen al caso, él se consideraba apto para buscar a su enamorada donostiarra.
Al poco caminar divisó la playa allí a metros más abajo, y un mar de gente que se confundía, con las olas del mar Cantábrico, sintió un llamado de ese mar y rápidamente bajó escaleras, cruzó la Plaza del Padre Claret y bajando por una rampla pisó arenas del norte. En ese momento se sintió un grano más de arena en el universo, pero a la vez lo invadió una sensación de ser infinito que se esfumó cuando a sus espaldas escuchó una voz de mujer que le decía:
—Hola… —seguido de su nombre.
Fueron segundos que se hicieron tiempo indefinido sin saber qué hacer.
Luego fue un:
—Hola cariño ¿Zer moduz saude?, te estaba buscando.
Giró sobre sus talones y allí estaba, diosa o mujer, allí estaba Lamia, la que se arrojó a su cuello tal como se lo había dicho alguna vez que es lo que haría si algún día se encontraban. El la abrazó con la fuerza del viento de su tierra y fueron largos minutos en que fueron solo un cuerpo de viento, de mar, de distancias, de esperanzas, de encuentro de dos seres, de dos soledades, de una mujer vasca y un hombre de tierras lejanas.
Se sentaron en la arena, se miraban, conversaban, se besaban, conversaban, se besaban y sus manos permanecían unidas. Se olvidaron de la gente, del bullicio, de las olas y el sol que quemaba, también se olvidaron del reloj. Pasaron las horas que quedaban de tarde, el sol se alejaba por el oeste, la playa se despoblaba, pero ellos seguían allí ensimismados en sus miradas y gestos, en sus palabras y besos, eran simplemente dos enamorados más, en la playa de La Zurriola.
Ella se puso de pie y tendiéndole una mano le dijo: ven vamos a nadar y nadaron, nadaron y en medio de las olas amparados por el crepúsculo no esperaron más tiempo y al compás del vaivén cantábrico hicieron el amor una, dos tres y más veces, sin importarles nada ni nadie, el mundo era sólo de ellos…
Volvieron a la playa, allí sentados en la arena mientras descansaban del nado en el mar y en el placer, se dieron a las caricias y el ensueño. Ella manifestó sentir dolor en sus rodillas mientras las manos de él comenzaron a recorrer el tentador camino que nacía en los pies de ella y comenzaron a subir buscando otros encantos, fueron recorriendo esa piernas largas, largas, de diosa, de mujer, de Lamia, de su Lamia… cuando sus manos llegaron a las rodillas se detuvieron por largo rato y las recorrían en todo el contorno de ellas siguiendo las líneas de una larga cicatriz que rodeaba ambas rodillas…
—¿Amor, que son esas cicatrices que tienes en las rodillas?
Ella se tocó las rodillas, dando un pequeño masaje, lo miró a los ojos diciéndole:
—Después te cuento cariño, ahora caminemos un poco.
De la mano caminaron por la arena mojada mientras ella tarareaba una canción alegre en euskera que mezclaba voces de pastores, voces de pescadores y voces de niñas en una ronda infantil... al parecer algo le dificultaba caminar normalmente.
En algunos lugares de la playa gente de todas las edades preparaba grandes fogatas, mientras la luna era cómplice de aquella noche de amor entre seres de tierras distantes.
—¿Amor que hace la gente? —preguntó él.
—Preparan grandes piras de fuego, hoy es 23 de junio y esta noche es la víspera de San Juan, noche de fiesta, brujas, sortilegios y misterio —respondió Lamia.
Él ensimismado e intrigado la miraba y escuchaba, mientras observaba los preparativos en que estaba inmersa toda la gente.
Caminaron, parece que a ella algo le molestaba en sus rodillas, cada tanto se hacía un masaje en ellas y parece que le costaba caminar, en un momento dijo…
—Alcancemos aquellas rocas que se ven recortadas a la luz de la luna y descansemos un rato, antes de subirnos al coche e irnos a casa que queda a orillas de un hermoso río como a tres horas de viaje, cariño —a cada tanto ella repetía la palabra cariño.
Él asintió y en brazos la llevó hasta las rocas, las que cada tanto recibían la caricia de la olas que al reventar levantaban en una gran cortina de burbujas. A lo lejos se escuchaba el repicar de las campanas de alguna Iglesia…
De repente, sin darse ellos cuenta, una gran ola emergió de las profundidades y los arrojó al mar, él sin haber soltado la mano de ella quiso asirse de una saliente rocosa pero no pudo, más pudo la fuerza del mar y los arrastró aguas adentro, él hacia esfuerzos sobrehumanos para mantenerse a flote sin soltar la mano de Lamia. Pero fue ella la que comenzó a nadar con fuerza llevándolo hacia mar adentro esquivando las rocas…
Casi desfallecido por el esfuerzo él se dejó llevar por ella, la que nadaba sin mucho esfuerzo y con la maestría de una gran nadadora. En algún momento la fuerza de una ola los separó. Él cansado comenzó a hundirse, pero rápidamente llegó ella y le tendió una mano. Creyó que el Cantábrico haría pagar con vida el atrevimiento de venir a quitarle una de sus ninfas y mientras su mirada, bajo el agua casi transparente, veía que ella se acercaba nadando rápidamente, sus labios parece que le decían:
—Ven cariño —y le tomaba una mano con toda la fuerza ancestral de la mujer vasca.
Con sorpresa se dio cuenta, mientras hacían esfuerzo por subir, que los pies de ella, desde las rodillas hacia abajo, se habían transformado en patas palmípedas especiales para nadar… pero el mar en ese momento era un monstruo marino que los arrastró a ambos abrazados hacia las profundidades abisales, sin regreso, del Mar Cantábrico.
Lamia era realmente una Lamia. Su Lamia era una verdadera Lamia… la había encontrado… y con ella… para siempre, en esas comarcas del norte de España, se quedó.
Todo esto puede haber ocurrido hace más de cien años como puede haber ocurrido en la última noche de San Juan, de todas formas fue en un tiempo sin tiempo… en que las comunicaciones eran virtuales.
Desde aquel día cuando en el hemisferio norte cambia la estación de primavera a verano el Cierzo se desplaza con fuerza inusitada que desde el mar atraviesa montes y llanuras verdes, y más al sur camuflado en paisajes del Ebro se esparce por tierras del sur de Guipúzcoa y Navarra, y dicen los campesinos que se oye una canción que por momentos es una voz tan cristalina como canto de manantial, por momentos una voz grave como tormenta cantábrica y luego continua con un aria a dúo que estremece las comarcas sureñas de las tierras vascas.
Y dicen también que en noches de luna llena se ven ambos retozando en la hierba más alta que crece a orillas de ríos y riachuelos donde a coro croan las ranas, cantan los grillos y al amanecer desaparecen cuando el ambiente se alegra con el trinar de las alondras.
Las Lamias Vascas (lamiak o laminak) son entidades mitológicas casi siempre femeninas que forman parte de la cohorte de sirvientas de Mari. El imaginario vasco las confunde a veces con ninfas o brujas. Como la diosa a veces, se distinguen por la peculiaridad de poseer extremidades de animales, pata de cabra o pata de oca. Esta idea de mujeres con pies de animal, en forma de garras, de gallina o ganso se remonta al III milenio a.C. En la zona costera tienen cola de pez. Poseen, también una gran belleza, se las suele describir igualmente con una larga cabellera, por lo general rubia.
Moran en los ríos y las fuentes, donde se suelen sumergir cuando detectan presencia humana. Suelen ser amables, nobles y tienen un gran poder. A veces se dedican a hilar o cocer pan e, incluso, hacen regalos a los mortales ofreciéndoles objetos, de apariencia vulgar que, en un momento dado, pueden convertirse en oro. A quienes les dejan ofrendas por las noches las lamias les ayudan en su trabajo diario. Se cuenta también que han ayudado a los hombres en la construcción de dólmenes y puentes.
Incluido en libro: Cuentos de Vientosur
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