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¡Busqué!, tal vez buscaba esos famosos colores de los que hablaban las gentes que los habían encontrado, recorrí mundos y mentes, incansablemente y con paciencia, así debía ser.

Renegué hasta de mi misma, porque una parte de mi organismo (la más oscura) se negaba a acceder y yo quería encontrarlos, ya no necesitaba de penumbras. Era cruel pasarse la vida viendo la felicidad ajena porque seguramente ellos habían encontrado el método o inventado una brújula de colores pero no de los colores vulgares, sino de ésos de los que darían luz a las noches esqueléticas y calor a los huesos azotados por el invierno.

Me expulsaron un día a este mundo y encima debía sobrevivir inestablemente, porque nunca me sentí parte de él y como ya dije, ni parte de su benevolencia, ni de esos colores que, efímeramente, los habían guardado mis ojos, dándole movilidad a mis labios y manos que se bañaban de existencia. Pero una vez se fue esa luz, se jodió todo y hubiera sido fácil no haber experimentado su plenitud porque como siempre sucede, una vez que nos adentramos en esas tibias y uterinas masas emocionales, es irremediable retroceder el tiempo hacía atrás, ya es tarde ... muy tarde. Cuando se nos arrebata esa tibieza dando paso al frío putrefacto, perdiendo todo lo que nos hizo completarnos y sentirnos resguardados.

Pagamos en vida esa melancolía y esa pérdida que un día se nos dio, para vagar salvajes e incompletos ante el tumulto asombrado.

Morimos lentamente en vida, ya sin ninguna intención de buscar meramente un rastro de color, ya él no me será devuelto nunca más porque después de enfrentar y picarme con jeringas de dolor, ¡no me sirven, no los quiero!, esos colores son adquiridos por personas normales y sobre todo reales, y yo no soy real.

Yo sólo fui un experimento de ese método, ese método de un loco al que el tumulto asombrado llama Dios. La realización de ese método era brindar colores que sirvieran de guía e iluminación (convencionalmente) para las estirpes humanistas, pero que también me los quitaron, querían provocar una destrucción interna. ¡Y claro que lo lograron!, querían ver qué sucedía después del vacío, pues no sucede nada, sólo un vacío, tremendo vacío que con los años se hace leve y una grata compañía, acrecentando la rareza mientras que las sucias madrugadas son malas consejeras. Yo fui un experimento, tenerlo en cuenta.

Por impotencia y masoquismo, intento naufragar entre las personas buscando eso que ya no existe en mí, no me queda nada, las pocas energías y esperanzas que llevé al comienzo se me perdieron en el camino.

A su vez, me parece muy lejano todo, como en otra realidad paralela, hasta esas gentes que en su fisionomía se asemejan a mí, no tienen nada para brindarme interiormente (mentalmente mucho menos), y yo supongo que se les pudrió la esencia, cargando sólo con el envase y bueno, en ese caso el peso de la carga es más liviano. ¡Qué agradable sería vivir así!, será por eso que se los ve felices reproduciendo esa extraña manera de vivir entre los demás especímenes, vanagloriándose del color de su felicidad.

¡Malditos beneficiados del azar!, no era justo que yo y quien sabe quién más (alma lánguida y perdida), tendrá que llevar doble carga, doble contradicción, doble sufrimiento, porque yo sí conservo la maldita esencia y todavía no se me ha podrido.

A veces pienso que hubiera sido mejor dejar marchitar el alma para poder vivir livianamente y sin esos apuros de existir que tengo, sobre todo porque nadie me enseñó a hacerlo, sólo me dieron el veneno olvidando las instrucciones de administración de la dosis.

Buscando inaccesiblemente esos colores, ya no lo haría, había manipulado y puesto en riesgo la dirección del destino, eso no se me perdonaría jamás. Ahora sólo quedaba seguir como me había tocado, seguir vomitando emociones sin que nadie tuviera la decencia de ayudarme ante esas frecuentes convulsiones.

¿Volvería a vivir alguna vez?, ¿o acaso cansada de intentarlo recurriría a esas sucias madrugadas para que me dieran una solución? No lo sé.

Tenía la necesidad de encontrar a esos envases que siendo muy escasos aún conservaban la esencia intacta, como yo, pobres infelices éramos, aunque sólo fuese una persona, no importaría, me haría el bien necesario que sería mutuo. Yo sabía que ambos compartiríamos el mismo sufrimiento, sabía que en algún lugar debía estar, tenía que estar llegando, tenía que saber percibirlo, porque siendo así no se asemejaría a ningún mortal mediocre.

¿Estaría buscando esos colores al igual que lo había intentado quien les habla? Tenía que advertirle que ya no buscara, se gastaría la vida inútilmente, tenía que verlo antes de que la muerte me ganara de mano llevándomelo para siempre... ¡No!, no podía permitirlo.

Tantos años de irrealidad e incertidumbre, nuestras almas esperaban volver a reencontrarse.

Texto agregado el 22-06-2017, y leído por 142 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
22-06-2017 Julia querida niña, los colores de la felicidad están en todos lados, en la plantas , en el cielo, en estar vivos, en encontrar esas letras donde expresamos lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que deseamos. sensaciones
22-06-2017 Muy buen texto escrito con el alma ***** grilo
 
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