Como al bautizar un bebé el agua cae por mi cabeza bajo esta lluvia de 51 horas que limita los sentidos de las paradas versátiles en esta ciudad perdida y encontrada, llena de fuego líquido y transpirada de violencia errática en las calles. Son más de las 12 de la noche en este escritorio y la memoria me falla, asumo que no quiero recordar las maltrechas historias de una imaginación frenética y juvenil, tiempos que fueron posibles dentro de la cabeza de un buen narrador y tinta de un libro jamás escrito, roto y deshojado por las palabras que nunca nos dijimos. Son esas historias las que me dejan despierto. Insomne. Dando vueltas hasta tarde sabiendo que no hay nada ni nadie más que sábanas, cojines y un cubrecama que abrazar. El agua sigue corriendo por mi cuello y mi pecho, un torrente de ira y respeto por decisiones inexactas, imberbes, poco adultas, infantiles e inmaduras. Debería beber más café a veces, debería fumar más cigarros a veces, debería beber más vino a veces… A veces contando todas estas historias por las que he arremetido futuro, pasado y presente, nostalgia, vivencia y ansiedad, caras, cuerpos y colores. Pero no lo hago porque prefiero asumir que estoy mal. Que a veces también me consumo la culpa de ser inseguro, pero jamás he dudado de ser buena persona. El agua ahora está entre mis piernas, las que me acompañan siempre y resisten el peso de esta cabeza colmada de impaciencias, llena de frases incongruentes, al tope de espacios inadaptados al momento que vivo, rebalsada de secretos mal contados. Debería pesar toneladas de misterios, pero siempre dudo. Cuando el agua toca mis pies, se mezcla con la tierra y la arena sensible del tiempo, embarrándome y metiéndose entre mis uñas. Completamente empapado, me lanzo al mar desgastado de los bordes viñamarinos, llenos de rocas más duras que estas palabras. Espero llegar a tiempo para secarme de vuelta en la costa de estos pasajes. No espero conquistar a nadie, sin embargo, he escrito esto para alguien. |