Nuevamente he llegado a mi hogar cansado,
de haber caminado, de haber aguantado, de haber maldecido,
de tener la llama que quema la espalda
en cada momento que doy un respiro
o que lloro un suspiro.

Me he cansado del dolor constante
proveniente de un mal el cual no he conocido
y que ya van meses desde que me ha invadido.

Es el sufrimiento silencioso,
ni tan leve ni tan espantoso,
el que me llevó a callar
hasta el más profundo de mis sentimientos
entre los libros y las canciones
que sí pueden decir aquello
que ya he dejado de decir,
porque de eso ya estoy cansado.

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Cuando el cansancio viene
a veces pienso
que quisiera hacerme uno con el viento,
volverme blanco y caer sobre la montaña,
quedarme asentado en las alturas
donde la naturaleza guíe mi próximo camino.

Quiero nadar por los canales y ser río,
es que por las noches es tranquilo y sereno;
dejar que mi curso siga delimitado por los causes
que me llevarán finalmente a conectarme con el mundo
ese que a través de sus mares, pareciese infinito.


Pero estando así, cansado
soy más como la nieve
que en los polos se derrite,
soy como un mar que desaparece.

Soy la nube negra
esa que quiere caer, desaparecer
y dejar estragos por doquier.

Y como la nube negra,
que su lluvia suelta repentina,
como un mazo que quiere golpear a la humanidad,
pienso que
a veces
quisiera desaparecer,
como la nube ya sin lluvia,
y con ello un golpe seco dar
en la conciencia mía,
esa que quizás jamás volverá.

Jamás.