Siempre hay que limpiar el alma
de los desechos externos,
de los renunciamientos,
de los fracasos,
del sólido crisol
que perece a la sombra de nuestros huesos.
Siempre habrá fantasmas del pasado
que nos seguirán hasta el mañana,
demonios que serán lágrimas
o gritos desolados en la palabra,
que se transfigurarán en roturas
a pesar de haber recobrado cierta cordura.
He sentido la opresión en el pecho
al contemplar la libertad de una manada de pájaros
haciendo piruetas en las nubes rosadas del alba,
he llorado por la conciencia que me dieron
a cambio de los afectos que me expropiaron
sin consenso previo,
y he sentido morir, al ver nacer un nuevo día
sobre los dolores expuestos.
Siempre habrá que pagar un precio por algo,
al miedo más impiadoso he sobrevivido,
al desamparo y la mezquindad mundana,
a la falta de estímulos y de recursos humanos,
¡no sé porqué la vida me ha tratado así!,
-nunca lo sabré-,
porque me expulsaron al mundo
un día en que Dios
andaba ostentando su misericordia en los suburbios.
¿Cómo podré conciliar mi vida con alguien?
si en mi soledad transitan diferentes habitantes,
ellos se reproducen como enjambres
de los universos que traspasan mi mente,
ellos reposan en las penumbras
donde yacen las energías que se complementan
buscando un equilibrio trascendente.
Una loba con piel de cordero,
una sobreviviente que devolverá la piedra
a quién le pegue con ella,
una niñez que aún habla en primera persona,
una idiota que camina en zig-zag
y se despeina por nerviosa,
una peregrina que tiene desaires de poeta,
un mezquino y triste interrogante,
¿con tantos huéspedes,
cómo podrás habitarme?
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