Cada uno se enamora de la manera que puede, yo me enamoré de una compañera de universidad a primera vista, sonrisa y cruce de palabras. Algo debí tener por entonces, que ella –preciosa- se dio cuenta de mis arrestos cardiacos y sin aparente duda, se adueñó de mi vida por más de tres años.
Era brillante, atrevida, sarcástica y cruel. Mi persona era lo que ella quiera que sea, mientras me deje ser el patrón de su corazón en nuestros juegos privados y su compañero “Tito”, en nuestra existencia universitaria.
Gocé con mi chica roja con todo gusto y libertad, jamás la olvidaré.
Confieso que por mi parte, era un simple “desclasado – colonizado – alienado pseudo burgués consumista” que “en lo único que piensa, es en su interés reaccionario, de terminar sus estudios, trabajar y amasar fortuna a costa de la sangre de nuestras clases empobrecidas, perro del imperio…”
Como lo dije, le aceptaba todo a cambio de lo mío, o lo nuestro, cabría decir. En nuestros genuinos momentos de intimidad y afecto, hablamos en perspectiva de un futuro eterno juntos para ambos, dibujamos una hacienda autosustentable ecológica en las lejanías de la amazonía, decidimos que por lo menos tendríamos tres hijos y jugábamos como niños.
Todo era atender a clases puntualmente, prepararse, participar activamente, organizar comités y asistir a reuniones de diferentes niveles e instancias de los trotskistas más cerrados de la región. Por las noches, constantes sesiones de estudio y debate de las obras del camarada León, Marx y todos ellos.
Tanto estar en medio de semejante atmósfera, me hice de hecho miembro de varias organizaciones de visión marxista, leninista, stalinista, trotskista y/o de algunos autores americanos (los camaradas son más conservadores que los cardenales romanos en cuestión de “fe”)
Hice de correo, organicé con mi compañera incontables cortes de carreteras, toma de instalaciones y agresiones variadas, me hice respetar por mi afán de mantener pendiente a mi amada, hice cosas que solo los más “convencidos” hacen, en eso de mover las masas y generar “condiciones propicias para la revolución”.
Fueron años intensos, pero llegó ese día que debía defender mi tesis, lo hice con suficiencia y concluí esa fase fundamental formativa, que es la graduación.
En cierto momento, el estudio universitario se hizo tan dificultoso a mi activista amada, que debiendo decidir entre continuar en una huelga de hambre de apoyo a las compañeras despedidas de un centro de acopio municipal o presentarse a la última oportunidad de aprobar una materia troncal de su carrera, eligió su combativo mundo de pasamontaña y células activistas.
Si se demuestra a catedráticos aptitud y potencial, son ellos quienes le consiguen trabajo a uno. Eso ocurrió conmigo: un lejano pozo exploratorio requería de un junior para trabajar, y allí iría yo, a días de cerrar el último trámite académico.
La noche previa a mi viaje a la localidad donde haría mi trabajo, esperé horas que me llamase para despedirnos y asumí que eso de “cerdo facho que solo piensa en él, solo en él…” era cierto.
Traté de retomar la comunicación varias veces, insistí sobre todo cuando me ponía sentimental; siempre fue en vano, por lo que averigüé, ella no deseaba comunicarse conmigo, y no podía acceder al Internet, desde el campamento en el que se encontraba.
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