Cuando llegué, un joven se me acercó. Hablaba consigo mismo y en voz alta decía.
- El viento agitaba las hojas de los árboles; las gotas de rocío se convertían en estrellas y entre las ramas veía ángeles. Sentado en el piso intenté levantarme y no pude, estaba en trance; quise salir, pero no lo conseguí.
Caminó hacia una tela a medio pintar. Observé el lienzo. Líneas como palitos semejaban alambradas. Se dio cuenta de que yo contemplaba el cuadro sin entender nada y espontáneamente me explicó.
- ¡Fíjese, al principio era un pueblo al pie de una montaña, lo “desconstruí” partiendo del orden básico elemental de la retícula! Observe la armonía de los ritmos basada en la Sección Aurea.
Yo miraba lo que para mí eran simples palitos y con ignorancia total de lo explicado, pregunté.
- ¿Qué es la retícula?
- La retícula es la plataforma de donde parto, es el andamiaje que me permitirá construir el paisaje abstracto de un pueblo al pie de la montaña.
- O sea, ¿son esos palitos? – demandé.
- Se llama retícula – respondió.
- Y… ¿Qué es la Sección Aurea? –pregunté con temor.
- La Sección Aurea es la regla de oro, la perfecta sublimación de los volúmenes que crean signos de interpretación diversa - contestó y siguió.
- Según algunos filósofos, si al crear una composición, colocamos los elementos principales del dibujo en una de las líneas que dividen la sección áurea, se logra un equilibrio entre los elementos y el resto de la obra. Luego, la parte expresionista del pintor complementa la creación mediante la aplicación del color.
Salí sin entender lo que el pintor decía, no sin antes preguntarle si podía mostrarme la “Sección Aurea” cuando estuviera lista porque yo no era artista plástica y no entendía de qué hablaba y me gustaría verla terminada.
- ¡Será un placer! ¡Vuelva mañana si puede! – Me invitó.
Al día siguiente regresé. Encima de los palitos del día anterior se desplegaba un cuadro abstracto de varios colores, ocres, amarillos y rojos. ¡Era hermoso! El cuadro, a pesar de ser abstracto, semejaba un pueblo multicolor. No sé si influenció la conversación del día anterior para que yo viera un pueblo entre los palitos. Estaba fascinada ante la policromía, la cual representaba de forma abstracta el paisaje al pie de la montaña y pregunté.
-¿Es esa la Sección Aurea que mencionaste ayer?
- ¡Sí! – Respondió.
Sus ojos denotaban alegría por el trabajo logrado y continúo.
- Es el equilibrio perfecto, la sublimación de todo.
- ¿Por qué tanta gama de ocres? – Pregunté.
- Porque deseo que el observador vea más allá del color y se concentre en la parte reticular que es la propuesta principal de esta obra. Si acentúo otros colores, el lector de mi cuadro se concentrará en ellos y no en la estructura reticular que es lo que yo quiero destacar.
El joven contemplaba su obra y comenzó a tocar las manchas de colores sobre el lienzo.
- ¿Ve cómo se mueven? – preguntó.
- No, no veo que se muevan – respondí.
- ¿Y el peluche entre aquel árbol? – preguntó - mientras señalaba un árbol que estaba en el patio.
No esperó mi respuesta y continuó.
- Fíjese, anoche no estaba el peluche sino una lucecita como una estrella, mejor dicho, era un planeta porque no era una estrella. De esa luz salía un ángel. Yo quería pintar, pero no podía. Desde ese momento las manchas comenzaron a moverse y aún se mueven. Me encerré en el baño y lloré por largo rato. Luego, llegó Giogia y me calmó.
Permaneció unos minutos sin decir nada, volvió a concentrarse en el lienzo, y pregunté.
- ¿Qué significan las manchas de tu cuadro?
- La vegetación – respondió. Es como si usted viera un paisaje desde una panorámica. ¿Ve esas diminutas manchas azules y verdes en la parte de encima de los colores ocres?
- Sí – respondí, son muy pequeñas.
- Todas esas manchitas tienen diferentes valores de matices y de luz. El azul y el verde son análogos y al colocarlos encima de los ocres vibran con más fuerza; esa vibración es la que le da fuerza al cuadro. Fíjese que las manchas están puestas en diferentes direcciones: así y así, gesticulaba indicando las diferentes direcciones de las manchas.
- ¿Vertical y horizontal? – pregunté.
- Sí – respondió, pero otras tienen una dirección diagonal. Todo depende de hacia dónde deseo dirigir la vista de mi lector. La persona puede ver todo el cuadro en general o concentrase en un solo lugar. Cuando el artista quiere que el lector se quede en un solo lugar, deja la mancha plana; si el artista quiere que el lector se integre con todo el cuadro, crea una relación entre los colores en diferentes direcciones para vincularlos. Es como si usted hiciera un “collage” y armonizara las distancias con colores muy semejantes. Cada mancha tiene un color concreto. Cada mancha está estudiada, su efecto se puede repetir, reforzar o menguar. Al colocarlas una en un lado otra en otra dirección, voy construyendo.
- Y tú como pintor, ¿qué esperas que el público vea en tu obra?
- En primer lugar, la armonía – respondió. Que sienta agrado, atracción por el cuadro. En segundo lugar que lo pueda leer, aunque tenga poco o ningún conocimiento de arte. Es como si una persona va a una librería y por muy poco que sepa de literatura, al tomar un libro lo hojea para saber de qué trata. Tercero, pretendo que la persona interesada en mi cuadro lo vea bello y por la razón que sea se ponga a leerlo, o sea, a tratar de entenderlo.
- Y… si la persona sabe de pintura, ¿qué esperas que vea en ese cuadro que has pintado?
- Que detecte cómo está construido el cuadro. Si la persona sabe de pintura debe ver la composición, la línea, mancha, estructura, color y discurso.
- ¿Discurso? –inquirí.
- ¡Sí! Si la persona es un crítico de arte, lo lee de una manera muy académica. Se comportaría como un semiólogo. Buscaría los signos del cuadro. Los signos pueden ser las manchas, el conjunto de las pinceladas o las pinceladas simples. Trataría de encontrar cómo las manchas crean distintos signos, formas o, como en este cuadro, buscaría los elementos geométricos que están en el centro. Esos son símbolos. Por ejemplo, en este cuadro, estos elementos geométricos serían como la construcción de unas casas en el paisaje que he creado, como una especie de pueblo, aunque no lo sea, porque ello es una desconstrucción de una imagen mía que tengo en el cerebro. Esos signos hablan del artista, de su psicología, de qué busca, qué siente.
- Y si una persona dice que ve gente dentro del cuadro ¿es válido?
- Claro – respondió. Es válido porque eso tiene que ver con algo que se llama “lectura antropomórfica” porque la gente tiende a asociar lo que ve con lo que conoce, de acuerdo a su nivel cultural. Es como en la poesía, cada quien ve algo de acuerdo a su conocimiento y a su nivel interior, de cómo enfrenta al mundo, de cómo lo acepta. Hay gente que no aprueba un tipo de arte porque piensan que el canon de belleza es sólo la interpretación de lo real, de lo figurativo; al salir de esa pauta, ya no pueden encontrar belleza.
Cuando terminaba su explicación, llegó una enfermera y dijo.
- Armando, ya es la hora de tus medicinas.
Armando estaba recluido en una institución de reinserción social porque era esquizofrénico. Su dolencia le hacía confundir la realidad de su entorno y con frecuencia se disociaba. La enfermera me explicó que según los parámetros de inteligencia, el joven estaba catalogado como un genio y sus mejores obras las hacía después de pasar por episodios fuertes de disociación como por ejemplo cuando veía luces en los árboles, ángeles y…
- Él mencionó ayer a una tal Giogia. ¿Quién es Giogia? –demandé.
- Era su tía, era la única persona en su familia que lograba hablar con él cuando estaba así, murió hace algunos meses, pero para él sigue viva y habla con ella a diario.
Armando y la enfermera se retiraron y me quedé contemplando el cuadro. Cuando me disponía a partir, oí su voz nuevamente.
- Señora, el ángel que siempre veo y que me dice cómo plasmar la Sección Aurea es Giogia.
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