La fuente que sustenta a toda la ciudad se ha secado y cuando hablo de ciudad me refiero al campo del olvido. Entonces me pregunto: ¿dónde migrarán los recuerdos que yacen huérfanos en la memoria alucinada?
La Loca camina de un lado a otro, en zig-zag y en 4 patas, su pelo corto y desaliñado, sus manos encorvadas por el reuma (no recuerdo el origen de esta enfermedad; tal vez la lentitud del tiempo). Ella fuma y huele a pastillas, se ríe llorando a la vez, también huele a guiso y tierra. Ella se llama Loca porque así la llamaron toda la vida, tiene la costumbre de infectarse los ojos porque le pican constantemente.
El Viejo es el papá de la loca, él es poeta y como honrado que es, hace sidra con la cosecha de manzanas y también remienda libros antiguos, los forra con papel de seda azul, ¡el color de los poetas! para entregarlos a la ingratitud de la vida diaria. ¡Cómo sonríe el desvergonzado viejo, cuando logra su cometido!
El viejo está enfermo, pero no del tarro sino que su corazón le duele mucho, le duele porque es un anciano sensible y la percepción de tantos sufrimientos lo ha trastornado, por eso escribe, para acallar su mente.
El viejo no tiene nombre, nadie lo tiene en el campo del olvido, él la cuida a la loca pero ésta lo desconoce, desde el día en que la madre la parió y hasta entonces. Ella sin reparos de culpa, lo putea, lo asusta y le rompe sus libros de forro azul, por esa desfavorable circunstancia, el pobre viejo los esconde asiduamente para que aquella asesina de historias no los encuentre.
Ellos viven en las orillas del campo del olvido y por tal infortunio,
los demás seres los han olvidado,
los han echado por ser asquerosos a la vista,
por haber sido capaces de mostrar las verdaderas miserias y melancolías del alma humana,
aquéllos no soportan tal revelación descarnada.
Hace frío y la loca me mira, no puedo sostener su mirada marrón y penetrante, parece que se te metiera sigilosa hasta adentrarse en el SER y manejar los caprichos de éste. Yo no la toco y ella se me acerca, me aspira el sudor de la cara con su diminuta nariz, se me revuelve el estómago.
¡Ay, tantas veces he pensado en marcharme! Pero no puedo, ni antes lo hice ni ahora lo haré.
Las moscan husmean entre las ondulaciones blancas del viejo, la loca se sienta en la silla de plástico que da al campo y fuma, se deshace las ropas y tiembla.
Algo interpela mi atención, la acrobacia de una mosca sobre una cuchara con residuos de miel, se empalaga la pobre criatura, incapaz de salir del lío en que se ha metido.
El niño me hunde sus manitas entre el vientre, es natural que se sienta solo y perdido, tiene 6 años y lo llamo Martirio, tiene los ojos del forro azul del viejo y su pelo es un remolino de luz. El niño ha dejado de llorar por las noches y el pobrecito, se come los mocos cuando ve a la loca pellizcarse los ojos.
Martirio llegó cuando amanecía, a él también lo despojaron de su infancia y sus raíces, se lo ve confundido e indefenso ante tanta maleza desértica.
A todos nos han dejado atrás en esta deformación estelar: la Loca, el Viejo, el niño, y su narradora. Nos une la insignia del olvido en el quedo de los semblantes abstraídos.
¡No, yo no me resigno!he intentado escapar hacia el caos colectivo pero algo me viene reteniendo hace años. ¡Campo desértico que has formado bases en mi mente!
¿Cómo puede hallar la salida, un ser expropiado de su mente? ¡No lo sé!
Mueves y disuelves, ambicioso pájaro que te has dejado encandilar por los brillantes garrotes de oro que han echado encierro a tus ansias.
-Maldita loca, que te maravilló la extravagancia de la mente. ¡Te manipuló, cobarde! la cuál sería ancla en el alma inherente- la conciencia habla.
Se secó, si... se ha secado la fuente, la fuente de creación o de ingenio, la fuente interna, la fuente de los excesos o de la garra siniestra, estoy confundida como el niño y me asusto a menudo.
La loca se acerca del otro lado del espejo y ya debo irme, ella rompería mis escritos si los encontrara, debo guardar papel para el viejo y el niño (lo han requerido).
¡Tristes días felices! debo dormir y parir palabras.
¡Río de orquídeas, ven a colmar mi sueño preciado!
Resuenan las olas en el vientre calmo,
tiritan las hojas entre el vacío de las manos, y llueven gotas de néctar desde el cielo plateado,
sucumbiendo la conciencia a un estado elevado.
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