Poco tiempo después que mi dueña me trajera a casa, empecé a experimentar sus abrazos y palabras acariciantes. Cuando nos conocimos, yo estaba en una jaula colocada sobre otras jaulas. Éramos cuatro hermanitos con un mes y medio de vida. Los días eran largos y nunca pasaban. Por eso cuando mi futura dueña nos miró, le clavé la vista muy fuerte. Entonces escuché que decía:
– ¡Quiero ese que me mira fijo!
El dueño del criadero se apresuró a decir:
–Ese es una cruza.
Yo no entendí qué quería decirle. Ella le respondió que no le importaba. El hombre abrió la jaula y tomándome del cuero por detrás de la cabeza, me sacó colgando de la jaula y fui a parar a las manos de ella. Esas manos parecían formar una camita donde yo me acomodé. Mientras me miraba embobada me decía que era suave, tierno y un montó de cosas lindas; me apretaba contra su pecho y me mareé de tanto amor. Todo eso me gusta porque soy por naturaleza muy, pero muy mimoso. Cuando vamos de paseo, me gusta saludar a la gente. ¡Pero saludarla de verdad! Nada de aceptar que me miren de lejos y digan; ¡Qué lindo! ¿Cómo se llama? Porque mi sana intención es acercarme y dar muchos besos de lengua y meter mi hocico húmedo por debajo del pelo, detrás de las orejas, y todo eso. También espero una cosquillita en la panza, rascaditas en la cabeza, y si es posible, todo eso acompañado por un dulce sonido. Son palabras pero yo lo único que percibo es si la voz es de esas que te arrullan cuando llegan a tus oídos o sólo es una voz inexpresiva.
A veces me impaciento un poco porque algunas personas ni acusan recibo de mi saludo. Y eso que es totalmente efusivo… Mi colita se sacude como un banderín al viento; salto y me paro en mis patitas para que el saludo se note más. Ladro un poco pero cuando lo hago me retan, me parece que es porque me sale un ladrido muy agudo y molesto para los oídos de los seres humanos. Yo insisto y como lo hago con amor, terminan –aunque no todos- acercándose y rascándome la cabeza. Cuando hacen eso, yo me balanceo de un costado para el otro con la cabecita baja como buscando y acompañando la mano. Es que me produce mucho placer. Esa es mi debilidad: la búsqueda incesante de placer. Me gusta escuchar a la gente, no porque los entienda sino porque algunas veces el único que anda cerca del que habla soy yo y me parece que se siente mejor cuando muevo la cabeza a un costado como si estuviera comprendiendo lo que dice. Miro fijo a los ojos y muevo la cabeza. Eso me da un aire de estar muy atento
Sí,… mi tamaño es mini y eso hace que me pongan toda clase de apodos y sobrenombres cariñosos: la fiera, el llavero, el enano, el chiquitín… Todos por el estilo. A mí no me molesta ser tan diminuto porque me da la ventaja de meterme en cualquier sitio y también acomodarme hecho una rosca en la falda de mi dueña. Cuando llegué a la que sería ¡mi casa! , me encontré con dos seres amistosos que se convirtieron en mis amigos. Lobo, el más viejo, al principio ni me miraba. Supe que tenía 12 años pero era tierno como un cachorro. Con el tiempo y después de hacerle muchos mimos en el hocico y meterme en su cucha apenas me despertaba, la relación se incrementó. La otra, Sofía, es una pichicha de 4 años pero por su tamaño parece una gigante. Eso es lo que más me molesta. Ya contaré más adelante porqué…
Mi dueña me lleva en el coche a todas partes, lo jodido es cuando me tengo que quedar solito esperando que vuelva. Se me oprime el corazón y empiezo a desesperarme. Lloriqueo un poco y ella se pone firme para que me acostumbre. Pero, ¡cómo me cuesta! La miro alejarse del coche por la ventanilla de un costado,... por la del otro,... por el vidrio delantero y también por el de atrás. Cuando no la veo más, me enrosco en el piso, justo donde ella se sienta y me duermo. Así, el tiempo pasa más rápido. Cuando ella vuelve, ¡es una fiesta! Me acaricia, me besa y yo hago lo mismo con ella.
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