Cuando me doblé el pié por tercera o cuarta vez ya tenía 26 años, dicen que en los 25 es la crisis, pero hasta hace seis meses que dejé de tenerlos y comenzó la tragedia y el caos, de la mano con el éxito y los placeres.
Conseguí un trabajo en el Museo y después de casi 5 años volví a ser independiente económicamente.
Comprenderás que en países como el mío tener trabajo antes de haberte graduado de la universidad, es un logro casi celestial.
El trabajo era ideal para mí, insignificante estudiante universitaria de antropología en uno de los países más deteriorados de América Latina, lo que hago básicamente es atender 50 niños, hablarles del poblamiento de América y que piensen que Tarzán colonizó Colombia o que crean que la huelga bananera en Honduras fue en el 1821 si eso quieren... Ya que importa. ¿O importa?
El caso es que desde que me mudé a vivir al Centro de la ciudad mi vida se tornó cientos de millones de veces más caótica que antes.
Tengo las cantinas a la vuelta de mi casa, siempre hay algo para ir por una copa, 8 cervezas, un cigarrillo de marihuana, algo de cocaína y aquella noche (aquella innombrable noche, ¡hasta crack!), no importa si es lunes o domingo, si es de día o de noche, siempre hay algo en esta podrida y absurda ciudad, y más siendo una persona medianamente popular como lo soy yo. No te niego que a veces me cansa.
Siempre está aquel tipo o aquella tipa que tiene un amigo que tiene «algo» para la noche y recobro la consciencia hasta que estoy amanecida en una casa que no es mía con el maquillaje desgastado, el pelo revuelto (poco menos que mi estómago), y un tipo desnudo al lado al que seguramente le vale un comino mi existencia y que nunca volverá a llamar a pesar que viéndolo bien, soy excelente compañía.
Así llego al trabajo, irónicamente llena de energías, bombas de agua explotando sobre mi ardiente piel producto del clima de mierda que tenemos en países como el mío gracias a la jodida contaminación ambiental, el exceso de personas cagando en las mismos 500 kilómetros cuadrados, y esas lógicas de la economía mercantilista, tan siniestras, tan hijas de la gran puta.
Pero mi día va estupendo. Son las 10 de la mañana y ya hice el primer recorrido. Salgo del Museo, comienzo a caminar por la peatonal, este Centro es un circo pienso. Me emociono, camino hasta cansarme, me mido ropa en los puestos de segunda, a veces compro algo, me como un helado, me fumo un cigarrillo, platico con la gente, uno que otro amigo, regreso al Museo.
Paso el día leyendo, cada vez me pongo mas interesante. Digo yo, como el vino, entre más pasa el tiempo, mejores libros me descargo.
Salgo del trabajo a las 4 de la tarde, ¡corro! Agarro taxi a la universidad, llego, me siento cansada, voy a clases. Hoy no quiero ver a nadie... Me voy directo a casa.
Me llaman... Salgo a la calle, enciendo otro cigarrillo y caminamos hacia la cantina.
Platicamos de todo, canciones, viajes, despedidas, política, religión y esos temas sensibles, también platicamos de mi perro Lucky, de tu padre muerto, de tu amor por la música, de mi amor por Cerro Blanco, del color de tus ojos y de lo bonito de mi sonrisa.
¿Vamos a mi casa o a la tuya?
Amanece... Enciendo otro cigarrillo, me pongo algo de Miles Davis, hago café, me doy un baño con agua helada, siento que el alma calienta otra vez mi cuerpo.
Me despido de tu presencia, lo disfruté mucho... ¿Cuándo te vuelvo a ver?
Noche de amigas en un bar, noche de películas y marihuana en mi casa, noche de sexo en la tuya.
Y la jodida existencia comienza a hacer su mágica entrada. ¿Está bien?
¿Voy bien?
Análisis, retrospectivas, auto análisis, me bato entro los dos extremos, uno es de la cordura y el orgullo y el otro el lado salvaje que gobierna sobre toda mi vida.
Eso. Me siento viva, golpeo mi frente contra el duro piso y tus manos recorren mi rostro diciendo: «Todo estará bien». Me estremezco hasta caer.
Vuelvo y repito. Lloro ausencias, río cotidianidades, me vuelco en el asfalto y le digo: ¡Vida, hacé de mí lo que querás, aquí estoy, deshaceme!
Y me deshago. Entre flores de floricunda, gotas de rocío, pavos asesinos, la sonrisa de mi amiga, soles ardientes y árboles morados. Y me convierto en otra, recobro la existencia. Respiro hondo y me concierto en Luna, en estrella, en flan de queso y barcos de Venecia, me abrazo mientras dejo que el fuego derrita hasta la última gota de consciencia. Me tumbo al vacío en el que se ha convertido el sillón de mi casa y me vuelvo a convencer de lo que dije aquí arriba: ¡Vaya que soy buena compañía!.
Me enciendo otro cigarro, abro una copa de vino, pongo mi mejor «playlist» y le vuelvo a rogar a la vida, que haga de mí lo que más le parezca. |