Mi madrina Josefina.
Cuando terminaba de cursar cuarto grado de colegio, mis padres me llevaron a pasar mis vacaciones a la casa de mi madrina.
No recordaba haberla visto mucho ya que vivíamos en otra ciudad.
Josefina, que así se llamaba mi madrina, era la mejor amiga de mi madre, a pesar de ser mayor que ella unos cuántos años.
Mis padres la eligieron en común acuerdo por su personalidad, era una mujer muy agradable, culta, profesora de piano y pensaron que ya que nunca se había casado y le agradaban mucho los niños, sería una perfecta madrina para mí.
A pesar de no verla muy seguido, todos los años el día de mi cumpleaños, recibía una carta de ella con dinero, casi siempre eran cien dólares que mi madre guardaba para mi para cuando los necesitara o cuando fuera mayor.
Al llegar, las dos amigas se pusieron muy contentas ya que hacía mucho tiempo que no se veían y el contacto que tenían era simplemente telefónico.
Al ser hija única y estar siempre con mis padres, me costó mucho despedirme de ellos pero al ver a mi madrina, una mujer que irradiaba energía y que parecía tener siempre una sonrisa, de a poco me fui quedando sin llorar y sin berrinches cosa muy común en mi por aquella época.
Lo que jamás imaginé era que no volvería a ver a mis padres, el auto en que viajaban cayó en un barranco debido a otro que pasaba a gran velocidad y para esquivarlo, mi padre perdió el dominio del volante con el resultado ya dicho.
Mi vida cambió radicalmente, al no tener más familia, ni abuelos ni tíos ni ningún otro familiar que se hiciera cargo de mí, mi madrina decidió que me quedaría a vivir con ella.
Luego de un tiempo, pude acostumbrarme a vivir sin mis padres, lloré mucho pero gracias a Josefina pude salir adelante.
Todo cambió de repente, de pasar a ser la hija mimada a ser simplemente la ahijada, era difícil y más a los once años, una edad sumamente complicada para una niña que necesita el apoyo de su madre para tantas cosas.
Pero no puedo quejarme, mi madrina supo ocupar buena parte del lugar de mi madre, no puedo decir totalmente pero sí que lo intentó.
La ciudad era nueva para mí, era una ciudad hermosa al norte de Uruguay y cruzando la frontera me encontraba en Brasil.
Lo primero que hizo Josefina fue anotarme en un colegio, a pesar de mi corta edad, todo lo de mis padres era mío, ahora, pero Josefina era la albacea, la encargada de administrar mi herencia y aunque no era mucho, fue suficiente para mi educación.
Aunque debo decir que ella jamás tocó un dólar de lo mío, al contrario, ella pagó mis estudios, me alimentó y me vistió durante todo el tiempo que viví con ella.
Aprendí música y me convertí en una eximia pianista gracias a ella y hoy doy conciertos en el mundo entero.
Pero no sólo música aprendí con ella, mi infancia a pesar de toda la tragedia, fue la mejor, viajé, me hice de amigos y sobre todo, aprendí a quererla como nadie.
Me contó su vida desde su niñez con sus padres hasta que decidió vivir sola y les diré que fue emocionante escucharla, viajó por el mundo completamente sola, un poco debido al piano, su gran amor y otro poco por la satisfacción que sentía al recorrer el mundo.
Hizo mucho dinero y la casa que tenía era hermosa, cerca del río Jaguarón, del puente que tantas veces crucé de su mano y por el cual pasaron tantos amores luego que crecí.
También supe del gran amor de Josefina, era un soldado brasilero al que veía pasar desde su casa, todos los días cuando él se dirigía al cuartel y el cual estaba también muy enamorado de ella pero nunca pudieron casarse, él se dedicó a la carrera militar y por aquella época, los padres de él que se dedicaban a la política, eligieron a la novia perfecta según ellos y no tuvo más remedio que casarse con ella, los tiempos, antes no eran igual a los de ahora que la juventud hace lo que quiere con su vida, él tuvo que elegir entre su carrera, su familia, la política de ellos y su amor…. y su corazón sucumbió ante tantos proyectos hechos por otros y se alejó de ella.
Fue así que tras la desilusión, mi madrina prefirió quedarse sola, aunque me decía que yo fui a llenar el vacío que sentía en su corazón y que era la hija que nunca tuvo.
Cierto día, caminando por el puente, cruzando la frontera, nos cruzamos con un hombre alto, de andar militar pero con una tristeza en sus ojos que hasta yo me di cuenta y se lo comenté a mi madrina a lo que ella me respondió que ese había sido su gran amor, que era viudo y que muchas veces la llamó pero… la vida había pasado para ellos y diciendo esto siguió su camino sin volver la mirada.
Un día de invierno, cuando no podíamos salir de la casa debido al crecimiento del río, me mostró las cartas, las cartas que nadie jamás vio, sólo a mi me las mostraba, eran cartas terribles, había tanto amor y rencor en ellas que al leerlas mis ojos se llenaban de lágrimas junto a los de ella.
Me pidió que al morir, ya que todo lo de ella sería mío por su testamento hecho a mi favor, que las quemara, que no quería que nadie más se enterara de ese amor, quería que se fueran con ella y así lo hice cuando muchos años después ella dejó de existir.
Hoy me encuentro de nuevo en Jaguarón, cruzando el puente de mis amores junto a mi esposo y mis hijos, vamos a pasear, a mostrarles a los chicos lo hermoso del lugar y a que visiten a su abuelo, aquél militar que supo conquistar el corazón de mi madrina y con cuyo hijo me casé.
Omenia
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