Los monstruos terminan perdidos desentendiendo los caminos, piensan solo en monstruosidades y en dejarse llevar por la inercia que los empuja, que los domina, que los caracteriza y los vuelve a si mismos unos monstruos.
Se miran en sus espejos repletos de reflejos horrendos y sentimientos nauseabundos y maquillan sus monstruosas caras para exponerse felices y excitados ante otros monstruos de calañas semejantes, de recuerdos moribundos, a veces eyaculan al caminar .
Se abren paso ante el mundo como si llevasen la razón en sus zapatos y un poder omnipotente entre los dedos de sus pies, sus patas monstruas, que han de recorrer cadáveres y seres mutilados y torturados, desaparecidos.
Entonces, toscos y obsoletos, mentalmente averiados pero sin recursos creativos, giran sobre su eje de soberbios y aburridos formándose cosmovisiones absurdas e ilógicas, imponiendolas como paradigmas universales, de sus mismos universos, microcosmos.
Se persignan y vomitan.
Los monstruos acaban desapercibidos entre tanto monstruismo. Del color de los venenos no se distinguen del veneno y sus mismas caras son calaveras de advertencia, pero tras el maquillaje no se pueden observar, si sentir, adivinar, instuir. Quitadles el pintalabios y el rubor, no os dejéis engañar!, débiles mortales.
Simulan condescendencias y morales aprendidas de sus relaciones con las masas querendonas, empatias, lealtades, sincretismos, pero vuelven a sus cavernas y las sombras del ayer las entienden de igual forma en el hoy día, no se esmeran en aprender, disimular es su estrategia, pantomimas, decadencias.
Sus almas son un juego bélico proclamado ante la humanidad como una venganza eterna frente al acto de la vida -papelinas y jeringas- destruyendo por doquier tras el disfraz de las buenas intenciones, argumento misericorde,
Calumnia y perdon
La mofa y el llanto: sus sonrisas.
Absorben humos para decirse felices y aspiran polvos para hablar a destajo, se afanan en aparentar que no siempre fueron monstruos, que fue la vida, el sistema, soledades o tristezas, pero no, el albedrío discierne sus balbuceos y la decisión monstruosa es por pura maldad.
No hay razones para el monstruo mas que la sin razón misma.
No hay forma de que titubee, tan seguros de sus ignorancias.
No hay voluntad de entendimiento ni comprensión alguna, mas allá de sus cavernas con pestillos.
No hay diálogos si no sermones irrisorios y fuerzas mal empleadas.
Los monstruos monstrúan todo el mes, a diario, reposando en sus halajas de verdades inequívocas, gritando, golpeando, sudando....van los monstruos.
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