Don Manuel Ricardo Palma Soriano nuestro extraordinario tradicionalista, cuenta que durante ocho años surco el océano pacifico y paso sus descansos en puertos y ciudades de la costa refrescadas por las brisas marinas, en sus correrías políticas se asomó a los melancólicos pueblitos serranos, pernocto a las faldas de los andes en su majestuosa enormidad, le gustaba distraer las fatigosas jornadas charlando con las gentes que hallaba en el camino, don Ricardo Palma expansivo y bromista no se limitaba solo al saludo, sino que procuraba hilvanar conversación con los transeúntes, arrieros, labradores, al principio tímidos y recelosos solo contestaban buenos días taita, les preguntaba sobre sus familias y sus asuntos como si los conociera desde hace mucho tiempo, de allí escucho de labios del pueblo expresiones que luego llevaría a la real academia de la lengua, con el nombre de “peruanismos”.
En cierta ocasión dice escucho que llamaban pishcu (ave en quechua) a la tinajuela de barro que contenía aguardiente de uva, que los criollos y mestizos llamaban pisco y lo anoto como un peruanismo.
Pisco- la tinajuela de barro en que el productor vende el aguardiente.
Piscolabis- echar un piscolabis es beberse una copa de aguardiente de uva.
Voces nuestras apropiadas a nuestro ser social, conjugando empamparse, asorocharse, apunarse, desbarrancarse, garuar.
Verbos que en España no se conocían porque no eran precisos en un país donde no hay pampas, ni soroche ni puna, ni barrancos sin peñas, ni garua.
El pueblo crea los vocablos que necesita crear sin pedirle permiso a nadie, sin escrúpulos de impropiedad en el término.
En una de sus narraciones el tradicionalista soñó con el divino maestro y sus apóstoles, peregrinando por los arenales de la costa peruana, caía la tarde cuando el señor dijo:
Haya hay una población Pedro, tu que entiendes de náutica y geografía ¿me sabrás decir que ciudad es esa?
San Pedro se relamió con el piropo y contesto.
Maestro esa ciudad es Ica
Y Jesús dijo, pues pica hombre pica
Todos los apóstoles hincaron con un huesito el anca de sus rucios y a trote pollinesco se encamino la comitiva al poblado.
Cerca ya de la ciudad se apearon todos para hacer una mano de toilette, se perfumaron las barbas con bálsamo de Judea, se ajustaron las sandalias, dieron un brochazo a la túnica y al manto, siguieron la marcha no sin prevenir antes el buen Jesús a su apóstol favorito.
Cuidado Pedro con tener malas pulgas y cortar orejas, tus genialidades nos ponen siempre en compromiso.
El apóstol se sonrojo hasta el blanco de los ojos, nadie habría dicho al ver su aire bonachón y compungido que había sido un corta caras.
La gente de Ica se esmeraba en agasajar a la sagrada comitiva, cuya visita llevo felicidad a la población, por cierto los agasajos no recordaban a los bíblicos, ni mirra, ni vasos de esencias, ni ungüento de nardos, era este el siglo XIX y muy criollo.
Los “vinos” de don Elías, los “piscos” de Boza y Falconi anduvieron a boca que quieres……..
Desde que no te veo
No veo flores
Ni los pájaros cantan
Ni el agua corre
La amabilidad, gracia y belleza de las iqueñas, inspiraron a san Juan un soneto, los iqueños entre copa y copa comprometieron al apóstol poeta.
Pindárico poema, inmortal obra
Donde falta razón, más genio sobra.
Así terminaba el octavo día y fue cuando el señor recibió mensaje urgente de Jerusalén, regresar pronto para impedir que la samaritana le arrancara el moño a la magdalena.
Recelando que el cariño popular pusiera obstáculos al viaje llamo a Pedro
Pedro componte como puedas pero es preciso que al alba tomemos el tole, sin que nos sienta alma viviente, circunstancias hay en que tiene uno que despedirse a la francesa
San Pedro redacto el artículo del caso en la orden general, lo puso en conocimiento de sus subalternos y los huéspedes anochecieron y no amanecieron bajo techo.
La municipalidad tenía dispuesto un albazo para aquella madrugada, pero se quedaron con los crespos hechos.
Los viajeros ya habían atravesado la laguna huacachina y se perdían en el horizonte.
Pocos americanos habrá tenido la academia española más activos y batalladores que don Ricardo Palma, ya en 1878 al agradecer al preclaro dramaturgo don Manuel Tamayo y Baus, el interés que demostró por su nombramiento le ofreció enviar frecuentemente “los peruanismos”
La instalación de la academia peruana de la lengua fue el día de Santa Rosa, el 30 de agosto de 1887.
Don Ricardo Palma en su libro “recuerdos de España” evoca el literato desde el primer momento se encontró como en terreno propio, un anciano compatriota suyo don José Joaquín de Osma, marques de la Puente y Sotomayor, se apresuró en relacionarlo con su hijo político don Antonio Cánovas del Castillo, en su propiedad llamada la Huerta la residencia lujosísima del entonces presidente del consejo, allí paso don Ricardo no solo como asistente a las fiestas con que Cánovas y su hermosa mujer Joaquina de Osma agasajaron a los huéspedes de España, sino hojeando las obras de la valiosa biblioteca de Cánovas, en concepto de don Ricardo Palma la mayor riqueza del palacio.
Cuenta la emoción de las entrevistas con Zorrilla, las conversaciones con Menéndez y Pelayo, el recuerdo romántico que el conde de Cheste guardaba de Lima su ciudad natal, el casual conocimiento con Echegaray en Sevilla, la urbana cordialidad de Núñez de Arce, los almuerzos de Castelar, los lunes de la Pardo Bazán, los sábados de don Juan Valera y las tertulias vespertinas en las librerías de Fernando Fe, presididas por el humorismo chispeante y benévolo de don Ramón de Campoamor.
Numerosos ingenios como Blanca de los Ríos, una escritora que hacía que un cuarto de hora de conversación con ella fuera verdaderamente delicioso, el ministro de México Riva Palacio, con su secretario Francisco de Icaza erudito e irónico, el delegado de México Francisco Boza, los ilustres Colombianos doña Soledad Acosta y Ernesto Restrepo, el Argentino Carranza, el Cubano Guerrero, el Ecuatoriano Pallares Arteta, el culto plenipotenciario del Perú don Pedro Alejandrino del Solar, el octogenario marqués de Valmar y su contemporáneo don Miguel de los Santos Álvarez y muchos más de los que bullían en la España finisecular del siglo XIX hasta Carulla.
En la real academia española mi idiosincrasia batalladora me proporciono una derrota cada noche, fracaso del que me consolaba murmurando “causa victrix diis placiut, sed victa catoni” y para mi Catón era don Ramón de Campoamor cuyo voto nunca me fue adverso.
Gratísima sorpresa tuve cuando transcurridos siete años llego a mis manos, la última edición del diccionario y encontré en ella casi la mitad de los vocablos por mi patrocinado.
¿Qué había pasado?
Que con paciencia y saliva mi sabio compañero don Eduardo Benot, el ilustre autor del libro “arquitectura de las lenguas” se puso al frente del elemento nuevo y secundado por don Daniel Cortázar y otros noveles académicos, sin pelear batallas, pasito a pasito, un vocablo hoy y otro mañana, hizo aceptar la lista de voces que por entonces público “el comercio”
Don Ricardo Palma en su campaña de lingüista se sintetiza su hispanismo, latente hasta en los reproches y censuras, no solicito audiencias palatinas, ni se deslumbro con las pompas cortesanas, porque creía que las actitudes coloniales en vez de aproximar alejaban la efectiva concordia, busco está en el humano elemento del idioma y alcanzo a percibir la aurora del hallazgo.
pisco1.
De Pisco, ciudad peruana en el departamento de Ica.
1. m. Aguardiente de uva.
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pisco2, ca.
Del quechua pishku.
1. m. y f. Col. y Ven. pavo (‖ ave).
2. m. despect. Col. Individuo de poca o ninguna importancia.
3. f. Col. Mujer de vida alegre.
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