Odio el tiempo,
Odio la distancia;
Y odio las malditas letras.
Sentada, aquí. Observando, lentamente, como se acaba el tiempo. Malditos rasguños de existencia inhumana. Maldita vida pasada, maldita inmadures.
Sueños, trapos rotos y corazones. Frialdad innecesaria, y dolientes despedidas. Besos que no di, y que hoy cobran vida.
¡Cómo pasa un maldito año! Cómo se van extinguiendo las sonrisas de venganzas rotas. Cómo va surgiendo un gran amor de entre las sombras…
¡Y sin embargo el maldito tiempo se acaba! Por qué mierda perdimos tanto, porque tuvimos que sufrir innecesariamente amaneceres vacíos, y labios ajenos y espumas rotas. Por qué pasamos por pasajes desorganizados, y espaldas más raspadas que las nuestras propias; por qué cargamos con dolores ajenos que nunca debían pertenecernos. Por qué sufrimos con la propia carne. Por qué tuvimos que enterrar nuestros cadáveres en tumbas tan distantes.
Y ahora me pregunto, por qué se extinguen nuestros días. Y lloro. Lloro porque he perdido el tiempo, porque lloramos innecesariamente, por qué se carcomemos aún recuerdos infames de sufridas e innecesarias derrotas.
Te amo, y ¡Cómo quisiera que eso bastara! Te amo, y eso me llena y me vacía. Y me seca y me desgasta. Y me llena de alegría, y de locura y de versos. Me da vida y también me mata.
Estás, tu presencia se siente; en el medio de la nada, o en el centro de todo. Y es que lo llenas todo, una sonrisa tuya repleta un segundo vacío. Un minuto, lo llena un respiro. Para una hora basta una caricia; y mi vida entera se cuelga de un beso.
Te amo. Y me odio. Y odio al tiempo. Odio a la distancia, y también odio estas malditas letras; que me secan, me hacen volver loca. Odio lo que escribo, lo que leo, y cada cosa que me recuerde a ti que no tenga tu aroma; ni tu sabor, ni tu boca. Odio cada pétalo de sangre que no sea tuyo y que corra por mis venas. Odio cada segundo que desperdicio no pensando en ti. Odio tu ausencia teniéndote cerca. Y odio también el tiempo que se extingue no estando a tu lado.
Me culpo por mis errores. Me culpo por mis dudas. Me culpo por mis pasos. Y me culpo por cada boca que me fue ajena. Me culpo por cada caricia, y cada palabra que no era tuya. Me culpo por tocar otras manos. Y me culpo por no buscar también las tuyas. Me culpo por llorar tanto, y por comer poco. Me culpo por desearte en extremo, y me culpo también por no desear tanto.
Te amo, me odio. Como también odio los retazos de tiempo que nos quedan. Odio a las malditas agujas del tiempo cronológico, y a los kilómetros de las distancias recorridas. Odio pasos, mares y lugares que no son nuestros. Odio a todo el resto del mundo que no nos pertenezca. Odio diciembre, o enero… odio al maldito mes que nos separe. Odio mi vida, pero amo la tuya, apegada a la mía. Odio todo, todo lo que no nos dimos, lo que no dijimos, y todo lo que fue y no sigue siendo.
Te amo, eso lo tengo más que claro. No necesito nada para aclarar, ni nada que compruebe la existencia cierta de algo más que terrenal y que es mucho más que divino. Te amo; ¡Y que ganas de que eso bastara!
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