Contratransferencia
Narrare una pequeña historia de un paciente, cuyo final no lo adelantare. Era una tarde cualquiera, estaba sentada leyendo un periódico (esperando a mi paciente). Ya llevaba 4 meses en la nueva casa y era bastante cómodo atender ahí. Marcella, mi ama de llaves, era quien los conducía a la sala, que colindaba con el comedor. La ambientación, era con un gran sofá marrón, luces tenues y la ventana Window detrás. Esto daba un aspecto de confiabilidad y paz. Uno de mis pacientes era Denis, un joven apacible, de buenos modales y apuesto. Era su tercera sesión conmigo, lo habían derivado del centro psiquiátrico para adultos jóvenes, quien sufría de ataques de pánico severos cuando veía (sea en persona o a través de un monitor) ciertos “ataques” como incendios, explosiones, temblores etc. Para ser sincera la primera vez que lo atendí, no notaba nada anormal en él, o que le impidiera desempeñarse. Pero dio la casualidad (cosas de la vida), que exploto una cañería en el segundo piso. Yo me asuste por el ruido y rápidamente salí de la sala a ver a Marcella, ella estaba tan estupefacta como yo. La situación es que a mi regreso (10 minutos más tarde), Denis estaba desmayado, con su ropa rasgada. No sé qué fue peor, si pagar al gasfíter o verlo en el suelo. Desde ahí que comencé a ser más precavida, y ver las cosas con sus perspectivas. El asunto es que la terapia debía enfocarse en las dimensiones de su vida diaria, darle el control de mí mismo en groso modo, un empoderamiento más psicológico (la parte fisiológica lo sustentaba la farmacología). En la tercera visita recién íbamos a dar inicio a la intervención, y honestamente me encontraba algo titubeante, pues era mi primer caso de ese estilo y con esas características. ¡Estoy segura que él pudo sentir mi miedo! Como habíamos iniciado de una forma “traumática” por dicha explosión, decidí sentarme cerca de Denis (con su consentimiento) para que se sintiera más seguro. Todo era nuevo para mí, tanto la casa, este paciente y como llevábamos a cabo la terapia. De primera nos encontrábamos una vez por semana, siempre en el consultorio. Y se notaba motivado y ganas de generar nuevas estrategias para estos “imprevistos”. En una oportunidad le pregunte sobre su casa, los espacios que tenía y como interactuaba con ellos; y cordialmente me invito a visitarla, pues le dificultaba describirla. Me pareció extraño… (¡¿Cómo alguien no puede describir su casa?¡) en ese momento notó mi cara de asombro, y rápidamente me disculpe, dando las gracias por la invitación y claramente aceptando. Así que agendamos una visita. El día de asistir le deje una nota a mi asistente donde me hallaría. Siempre fui desconfiada, pero tenía que estar más relajada con Denis, dado que él percibía de inmediato mis estados anímicos (¡eso era algo me sorprendía! por el poco tiempo que pasábamos juntos y me encantaba tontamente). Cuando iba llegando a su casa me dije “-mente abierta, tu realidad no es la de él”. Y ahí estaba, en la entrada de la puerta esperándome con su encantadora sonrisa, haciéndome señas para que ingresara. En ese preciso momento algo hizo ¡-click¡ en mi ser. No sé porque, ni como, era simplemente ilógico, estúpido y para nada profesional. Me sentí tan miserable, que no pude bajar del auto y sólo quería irme. Velozmente pensé que hacer, decir que ocurrió un percance, o que me sentía en malas condiciones (¡¡quería llorar!!). Y si me iba así como así, él se sentiría muy mal, poco valorado y eso hubiese sido aún peor. Como era de esperarse, llegó a mi ventana, con preocupación. Me fue imposible mirarlo, y descendí del auto. Me dijo que pasaba, si estaba bien; yo no sabía que responder. Al final me deje llevar por su brazo hasta el living. No vi nada, no sé si mi cerebro estaba cegado por la emoción y rabia o yo no vi muebles. ¡Ahí reaccione! me enfoque en mi trabajo por unos minutos. Recuerdo disculparme vehemente, diciendo que tenía baja de azúcar (¡que mentira! La reina del azúcar) en ese instante, Denis me dijo entre risas y con palmadas en el hombro que dejara de pedir perdón por todo. (Segundo click. y segunda “baja de azúcar”), -está actuando muy extraña señorita Emma- dijo Denis. Espero que no haya sido por lo que vio en mi casa- . Su rostro expresaba tristeza. En seguida le dije con mi mayor sonrisa, que lo que sucedía tenía que ver directamente conmigo, y ya no podía aguantar más. Él se mostró asombrado y preocupado. Preguntándome si quería algo. Me arme de valor, me puse de pie y le dije que me sentía orgullosa de todo lo que había progresado, de la confianza que había adquirido, y la seguridad que sentía en hacer algunas cosas (así es, me estaba despidiendo). Denis, con su cara tan expresiva me pregunto porque decía todo eso y deseaba de verdad una respuesta honesta (en otras palabras, si le mentía, él se daría cuenta). Tuve que decirle todo (fue horrible, me sentía de 15 años!!!. Reaccionando así ante un hombre. Por favor!), que era antiético, sentir algo por sus pacientes o involucrar sentimientos. Nuevamente le pedí perdón (casi llorando, por la vergüenza), y que lo derivaría con otro profesional para que pudiera continuar. Lo anime a que siguiera con las sesiones, pues tenía grandes avances. Le dije adiós, y camine hacia la puerta (mientras sin querer observe a los alrededores; no había nada decorativo, y por lo que pude apreciar de la cocina solo había una mesa). Cada vez era más mi vergüenza, de ser su facilitadora a un ¡gran estorbo!. Estando en mi auto (un Peugeot 205), Denis desde la puerta me dio las gracias, tanto por la nueva esperanza que le había otorgado como por fijarme en él. En eso piso el acelerador con fuerza y el auto de un tiro retrocede quedando en la calle. Fue tan rápido que solo recuerdo el sonido de un gran TRACKK!!.
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