Amor mío, si no regreso
te vas de monja
YO MERO
Amigos míos:
Lo que voy a contarles es un suceso de la vida real, empezó en mi pueblo, en el sur de México: En Atlixco Puebla.
Allá por mediados de los años 60 del siglo pasado. Llegó al noveno regimiento de caballería un joven médico militar recién graduado, el mayor médico cirujano Héctor, de agradable presencia y dueño de un carisma irresistible. De inmediato se hizo de una abundante clientela, en el consultorio particular que puso, debido a su buen trato y a la sólida preparación médica que tenía.
En un pueblo pequeño de buen clima como es Atlixco, nuestro galeno se llenó de amigos y al ser soltero en presa codiciada de las muchachas del lugar. El joven profesionista era alegre, amante de las mujeres sobre todo de las jóvenes y bonitas, tenía el corazón tan grande como una vecindad, en él todas cabían.
Susana, una joven lugareña, no una belleza, pero muy simpática estudiaba en la cercana capital del estado: Puebla, la carrera de química. El destino tiene muchos caminos. Conoció a Héctor y surgió un romance entre ellos. Se hicieron novios.
—Ándale mi vida, llevemos nuestro amor al paraíso —con voz susurrante de pasión el joven doctor le propuso a su novia.
—¡No!, sólo me entregaré a ti después de casarnos por la iglesia.
El profesionista al verse rechazado terminó las relaciones con Susana.
La vida de ambos siguió su curso, cada uno de nuestros protagonistas tomaron caminos distintos.
A él, el ejército lo mandó al norte de México donde al cabo de los años se convirtió en un médico adinerado y exitoso. Su vida privada fue un desastre, tuvo hijos con su esposa y también con su amante. Ya viejo dejó al segundo frente, que vivía en Puebla. Eso sí a las tres hijas, que tuvo con ella, les costeó una carrera profesional. Sin embargo, las tres lo odiaron y rompieron toda relación.
Susana terminó sus estudios de química y consiguió trabajo en la ciudad de México y fue lo último que supe de ella.
Héctor, de jóvenes, me hizo el favor de bautizar a uno de mis hijos, convirtiéndonos en compadres, además en compañeros de parrandas que terminaron cuando se fue al norte, por cierto, él era originario de ese lugar. Seguimos en contacto por correo y teléfono.
El tiempo lo único que sabe es el de añadirnos años. Ya septuagenarios desde Atlixco me comunique con mi compadre Héctor:
—Compadre te tengo una noticia: tu antigua novia Susana falleció ayer en México de un infarto y la van a inhumar en el panteón municipal de Atlixco en el lote donde están sus padres.
—Es una sorpresa lo que me cuentas, si sabes que le pedí “las éstas” —me comentó aún con sus aires de conquistador—. No quiso y la mandé a la fregada.
—Algo así me habías contado.
Héctor me siguió diciendo:
—De seguro se quedó soltera, ya que si tuviera familia en la ciudad de México la hubieran enterrado ahí y no la traerían a Atlixco, que, aunque está solo a 100 kilómetros de la capital, no es lógico.
—No sé, voy a ir al velorio y mañana te cuento —le dije a Héctor.
—Compadre Héctor, te equivocaste por completo. Ella se casó y tuvo dos hijos que están por la treintena de años. Ayer me presentaron al viudo que se ve un señor respetable y a los dos hijos. Por cierto, se debe de haber casado ya con sus añitos encima, pero, siendo una profesionista con buen sueldo consiguió marido.
Mi buen compadrito se quedó corrido, el destino es justo, ella una virtuosa dama vivió una existencia plena, en cambio Héctor…
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