Resulta sorprendente observar como la lectura de algunos textos te puede transportar a lugares insospechados, casi mágicos, donde la percepción de las cosas o de la realidad es muy diferente de lo que cotidianamente conocemos. A veces basta una frase o una simple palabra, para que la oscuridad se despeje y nos muestre aquello que antes apenas habíamos logrado intuír o nos descubra algún portento desconocido por nuestra imaginación. Cuando algún libro me depara este tipo de sorpresas, de inmediato me asalta una emoción extraña que me impide respirar libremente porque comprendo que a través de sus páginas puedo acceder a una dimensión diferente, donde las ideas expresadas, son llaves abridoras de mundos desconocidos que tienen el poder de transformarme, de cambiar mis pensamientos, de permitir que mis sentidos perciban lo común desde un punto de vista nuevo, diferente, esclarecedor de misterios. Algunas de mis lecturas recientes han tenido esa virtud. No es que sean textos que traten de situaciones o hechos extraordinarios, es solamente cómo los procesa ese algo inefable, indefinible que nos anima: intelecto, sentimiento, alma o como quiera que pueda llamarse. Y no hay reglas que puedan decirnos cuáles son las palabras, los textos, los libros, que logran “abrirnos la cabeza”, el alma o el corazón; depende de muchos factores y de infinidad de sutilezas inherentes a cada uno de nosotros que no se repiten en nadie más, porque aunque es frase manida, llevada y traída en boca de muchos: somos únicos e irrepetibles.
“Ensayos y perfiles”, de Marcel Schwob, es uno de esos libritos que te abren las ideas y te permiten vislumbrar más allá de las palabras, porque atrás de ellas subyacen conceptos que como el arcoíris, son de múltiples colores y no tienen principio ni fin. Todo esto viene a colación por algunas líneas descubiertas en su ensayo: El amor. Texto perpetrado en forma de diálogo, donde varios personajes se toman la atribución de representar a otros personajes, disfrazándose socarronamente de ideas para filosofar desde diferentes perspectivas sobre las mujeres, pero más que nada sobre el amor. Estas son las líneas que me han obligado a escribir el presente texto:
“Entonces, Her el Panfiliano, luego de morir en batalla, estuvo durante diez días entre los cadáveres; el décimo segundo día, cuando lo iban a enterrar, revivió de pronto y habló del otro mundo. Había visto el infierno y las torturas, y los ocho coloridos círculos de los planetas, sobre los que estaban sentadas igual número de sirenas, Vio también las almas inocentes que habían bebido del agua del Leteo y que estaban agrupadas alrededor de Laquesis. Y en el regazo de la Parca una especie de profeta tomaba suertes que arrojaba al azar sobre las almas. Cada una recogía la suerte que había caído cerca de ella y se conformaba a ella. Fue así como Her el Panfiliano vio distribuir los papeles de la Humanidad. Y sin duda el profeta distribuye máscaras junto con las suertes. Pero todas las mujeres, cualquiera sea la suerte que les toque, siempre recogen la máscara del amor”.
¿Qué hay en estas breves líneas que me maraville tanto?... No lo sé; pero su lectura me provoca sentimientos de angustia, de miedo, de asombro, de deseo, todos mezclados a la vez. Y entonces la llave mágica abre la cerradura y por la rendija de la puerta entreabierta, atisbo un haz de lo desconocido, de lo insondable. Por instantes me creo afortunado, quizá feliz. Y de momento, ello me reconforta y me hace esbozar una sonrisa.
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