Crónica
Vamos camino de Cañaribamba, la neblina es tan espesa que los que somos pasajeros de la camioneta tenemos que sacar las cabezas por las ventanas para guiar al conductor.
Son las nueve de la noche, una llovizna nos acompaña todo el viaje. Voy en el asiento de atrás con mi guitarra, la misión es llegar hasta Cañaribamba a la comunidad de Salinas, a casa de los padres de Camilo, compañero campesino que ya hace un mes atrás me ha pedido que suba hasta allá para cantarle a su mamá por el día de la madre.
El viaje demora más de lo previsto por la invisibilidad del camino. Mientras esto, voy haciendo memoria el repertorio preparado.
Por fin en la insondable oscuridad se ve una luz, es la casa de los padres de Camilo. Él sale al encuentro de la camioneta, lleva una camisa roja, está elegante y sonriente. Nos da la bien venida, me pregunta si prefiero primero comer antes de cantar; le respondo que mejor cantemos.
La casa está entre la niebla, es de adobe y teja. Camilo me invita a pasar, adentro hay varias personas, adultos y niños, y en medio de todos doña Vicenta, una mujer de 90 años, pollera roja, sombrero, chompa blanca. Se la ve cansada, ese cansancio de los años. Me acerco le saludo tomándome las manos, le digo que la felicito por tener una familia tan grande y unida, le digo que Camilo y sus otros hijos e hijas le quieren dedicar unas canciones, que por eso he venido. Me dice - muchas gracias.
Tomo la guitarra, miro a Camilo, miro a su madre a los ojos y empiezo a cantar un viejo albazo; algunas de sus hijas conocen la letra y cantamos juntos. Va otra y otra canción, estamos todos alegres y doña Vicenta también.
Al final digo que voy cantar una última canción. Canto " Mama vieja" una antigua zamba argentina. Cuando he llegado a la estrofa que dice: "usted se fue para el cielo, y mi alma llora y suspira" no se han detenido las lágrimas, pienso profundamente en mi madre, miro a Camilo que me mira estremecido, veo sus ojos honestos, veo a su madre y veo a la mía.
Se acaba la canción, se acaba la noche. |