Hoy te recordé como si los años no nos hubieran pasado por encima y no hubiesen recortado en pleno los jacintos florecidos. Con la respiración entrecortada, con los pálpitos en el cuello, sentí tan claramente tus manos que me estremecí deseando tu abrazo.
Estrujando el alma como si fuera un pañuelo, me las ingenio para hacer a un lado tu recuerdo, pero no va resultando. Sé bien que nuestros cuerpos tenían imanes poderosos, nos llevaban a encontrarnos de frente, donde sea. Yo siempre sabía cuándo te iba a ver, por alguna razón que desconozco, soñaba contigo la noche antes. Tu cara de sorprendido, mi corazón queriendo volar otra vez a tus brazos.
Una vez de frente nos gustaba jugar a pillarnos, conteniendo las ganas, comportándonos como guepardos oliendo su caza… y cuando nos cansábamos nos cogíamos con sed y con hambre, nos saciábamos completos, nos vertíamos juntos, jadeantes, calientes, desesperados, como si el alma se nos fuera en eso.
La última vez no sabía que sería la última, sabíamos que te ibas, pero también que volverías, siempre confiamos en nuestros imanes, en volver a encontrarnos. No sabía que sería la última vez de poder sentirte, tocar tu piel y sentir tu aroma de mediterráneo.
Los imanes no fallaron, pero sí los años… y cuando nos vimos de nuevo fue tarde para seguir el ritmo, para retomar el juego. Tarde para bebernos otra vez, para tocarnos. Fue como mirar un pastel de chocolate en la vitrina, sabiendo que fue mío, y que no podré probarlo.
¿Qué haré contigo, hombre de fuego, que no olvido tus ojos azules como polcas, tu figura aguda, tu voz de terciopelo, tus palabras cortas? ¿Qué haré con la historia que fue truncada, sin decir adiós, sin decirte que yo también te quiero? ¿Cómo seguir con mi vida si aún me extiendes tus manos desde lejos? ¿cómo torcer el destino y pedirle al tiempo que arregle lo que no le cuadró?
Dile a tu fantasma que te traiga o que se vaya, que la vida es muy corta para vivir de recuerdos.