Hace sólo un rato que he terminado de leer La Tregua, de Mario Benedetti. Es un libro que durante muchos años vi por todas partes, sin que me llamara gran cosa la atención. Era un título que no me decía nada ni me animaba a un posible acercamiento para su lectura. Había comprado tiempo atrás Montevideanos (una magnífica colección de cuentos) y Letras de Emergencia, par de libros que durante años, estuvieron en el librero, esperando descubrirme sus secretos.
Días atrás, he necesitado realizar algunos trámites legales y se me ha atravesado en el camino sin más, un tianguis de ésos, que una vez a la semana se instalan en algunas calles o avenidas concurridas y ofrecen sus mercancías a precios módicos para contrarrestar en parte la crisis financiera que desde hace bastante tiempo padecen nuestros bolsillos. Había bastantes puestos, ofreciendo infinidad de artículos; me llamó la atención uno que vendía tacos de suadero y de diferentes guisados, gorditas de chicharrón prensado, sopes y quesadillas. Serían alrededor de las diez de la mañana y a esas horas mi “panza” permanecía sin probar bocado. Por supuesto me atoré allí, cuando menos algo más de media hora, para saciar mi apetito, pero una vez resuelto ese detalle, mi atención la entretuvo un pequeño puesto de libros de segunda mano, que a pesar de su extensión, mostraba una cantidad de libros y revistas tal, que era digno de atención. No voy a enumerar todos y cada uno de los libros que me interesaron, pero ahí estaba Grandes Esperanzas, de Dickens, Caballo de Troya 3, de J. J. Benítez, y claro, el de La Tregua de Benedetti, que parecía hacerme “ojitos”, para que me fijara en él. Y me fijé, porque tras tomarlo entre mis manos para hojearlo brevemente, pregunté su precio (que era de risa) y lo pagué sin chistar.
La Tregua, es un librito de menos de doscientas páginas (las novelitas vaqueras de M. L. Estefanía, casi siempre andaban por las ciento veinte), en una edición de bolsillo de Punto de Lectura, que me ha llevado apenas diez días leerlo (¿parece exagerado el tiempo, para un libro tan pequeño?); lo he leído despacio, sin prisas, en pequeños lapsos y tratando de identificarme con los personajes principales, que no son muchos: el protagonista cincuentón (del cual ahora que lo pienso, no sé si en algún pasaje de la novela, aparece su nombre), los tres hijos del mismo: Esteban, Blanca y Jaime; Isabel, la esposa muerta hace casi veinticinco años, y por supuesto: Laura Avellaneda, mejor Avellaneda a secas, que es como al hombre de los casi cincuenta años y a punto de la jubilación, le gusta llamarla.
No sé si la lectura de este libro años atrás, hubiera llamado tanto mi atención como ha sucedido ahora, quizás influya el hecho de encontrarme ya en los sesentas y concordar en mucho, con gran parte de los sentimientos, reflexiones y dudas, del hombre que está por jubilarse y que a pesar de la edad, no sabe bien si su forma de vida y de vivir, ha sido la correcta. Además, la novela, es una historia de amor, entre un hombre maduro cercano a la vejez y una muchacha en la plena juventud, que aún no cumple los veinticinco.
El hombre se cuestiona, si en tantos años de viudez, ha sido un buen padre y una buena madre para sus hijos. Existen muchos roces en su relación con ellos, porque han crecido algo solos por diversas razones (el trabajo, la falta de la madre) y como ha podido les ha educado y brindado cariño, que a los hijos no les ha alcanzado para ser felices, para integrar un núcleo familiar más sólido. Sólo Blanca, la hija, luego de encontrar un novio, parece comprender mejor las actitudes y decisiones del padre, que ha ido cayendo en la rutina y perdiendo la mayor parte de su energía por el deseo de vivir, de sentirse vivo.
En el trabajo, el hombre desempeña su labor con eficiencia, pero sin nada que lo motive en poner pasión por lo que hace, la vida ha ido fluyendo y él, simplemente se ha dejado ir con la corriente, sin agitar el agua, sin querer que nadie más la agite, hasta que aparece Avellaneda, la nueva empleada, que no llega sola sino con otros dos, quienes quedarán a cargo de este hombre maduro lleno de dudas y desencanto, de recuerdos acumulados y guardados durante años nada más para él; de hijos bastante desapegados y conflictivos, de corazón apagado para el amor y descreído de un Dios con el que no logra dialogar.
Avellaneda es la luz; el hombre de a poco, se va dando cuenta de que aquella jovencita diligente, esmirriada, le resulta simpática y vagamente empieza a fijarse en ella, hasta finalmente darse cuenta de lo mucho que le gusta y comprender que se ha enamorado de ella.
Estamos por asistir al proceso de un amor naciente que Benedetti quiere mostrarnos, pero que no es absolutamente necesario que lo haga, porque lo que de doloroso y bello a la vez, tiene este amor entre la mujer joven en plenitud y un hombre cerca del ocaso, que en pocos años será un vejestorio, ya nos ha ganado, y nos encontramos atrapados en su historia de amor.
Ya dije que estoy en los sesentas, encontrar esta novela tiempo atrás, puedo asegurar que no hubiera representado para mí, lo que su lectura representa en estos momentos. Lo curioso del asunto es que Benedettí, escribió esta novela a principios de mil novecientos cincuenta y nueve, cuando él tenía treinta y nueve años de edad y yo sólo cuatro. ¿Cómo logró a priori adentrarse en el sentir de un hombre mayor, a la edad que él tenía en ese momento? No hablo de la indudable perspicacia y dotes narrativas que poseía Benedetti para escribir; en la novela hay algo más, hay una identificación casi perfecta con ese hombre maduro que se desmorona ante la cercanía del cese definitivo. La maestría de Benedetti es incuestionable, pero a mí, me ha dejado un gran desasosiego: ¿cuánto de todo lo que nos cuenta don Mario le ocurría a él en la realidad, en la vida cotidiana y cuánto de todo lo plasmado en el libro, me duele y me llega a mí? Lo de Benedetti no lo sé.; pero a mí, leer La Tregua, me ha dejado una gran tristeza y un dolor profundo e incierto, en alguna parte del alma.
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