Mortecinas lucecitas escapándose por las hendijas, furtivas estrellas de las noches apagándose en el lecho del bañao(*). En un retrato de noches pobres, de sombras y soledad.
Deja el pobre la vida pasar, apegadito a un rescoldo de brasas, mazacote y mate cocido y, a veces, hasta con pan, arrimándole ramitas a un fuego titilante encendido de penas, dolores y corontas de mai.
Llamitas de esperanzas, panaderos de cenizas llevando súplicas en sus alas hasta el reino de mi diosito. Pucho de chala encendido para tibieza de las manos, liberando azules anillos de humo que viajan en búsqueda de libertades. Bajo el hollín de los techos, el hombre solo se piensa.
-¡Qué mala suerte madrecita! Haber nacido pobre; y de yapa, medio indio. Sin más bienes que este cielo y esta pilcha que he sudao; y mi tordillo mañoso cuando no se le da por cabrearse; un gallo cantor que de viejo, ya no canta; y un perro que me salió rebelde y se niega a seguirme, cansado ya de caminos; y alguna pulga fulera para tener como palenque en donde arrascar mis males.
Triste vida la del gaucho sin escuela y sin banderas. Llamao pa servir a la patria y castigao por revelarse, cepo y cuero resecos pa aflojar la rebeldia cuando andas medio entobao. Después, te mandan pa la pampa a matar a los pobres indios y cuatrerear ganado y tuito lo que es ajeno.
Por Ranqueles anduve escapando del comisario y toitos sus milicos, sin más bocao que un charque acorchao y un restito de ginebra, un paquete de tabaco y papel para enrollar; de pena, fiao por el turco con la promesa de pagar con algún cuerito entranpao o un ternero robao.
Males no le faltan al desgracio. Cuando la taba te sale culo, hasta los piojos te dejan solo sin tener a quien putiar. Cruel destino el del gaucho, sin techo y sin mujer. Partir siempre, pa andar sin rumbo y desolado, sin tener por quién volver.
Noche de fogones y guitarras entre extraños y chupaos, toitos mal llevao. Con los ojos abiertos y las riendas enroladas pa no quedarte a pata cuando el rocío te agarra y del pedo despertar.
Parias de las pampas, gauchos sin alambrao, de seguro fugitivos perseguidos de la ley y, en lo mejor de los casos, compadre de algún político, de guardaespalda y alcahuetes lo infelices conchabaos, rifando la vida por unos pocos reales. A cambio de obediencia y mansedumbre andan siempre endoblaos, agachando la cabeza y, en la boca las palabras: “ahorita, aisito patrón”.
A pesar de no quererlo yo también me fui amansando, ya cansado de andar peleando al hambre y la soledad. Solito, sin que naide me lo dijera, me arrimé de puro creído nomas; y a los señores de finos trajes y de palabras elocuentes, me les presente, ofreciéndome pa trabajo.
Allá, pa una navidad en épocas de elecciones, de puro atrevio nomas, me busqué a dos laderos, buenos para el cuchillo y también pa lo ajeno, de borracho y pendenciero, los mocitos bien graduao. Sin andar pensándolo tanto, cambié de vida.
- Pa mejorcito, me dije.
De pialador y resero y en ocasiones fugao; de mal llevao y querendon, sin freno y sin bozal como de gurí fui criao, me fui haciendo medio perro pa ladrar, como cusco cascoteado que lo tienen acorralao.
En tiempos de recato obligao, rumbeaba pa las tolderías. Con tabaco y ginebra barata desmontaba entre el indiaje. Haciendo pata ancha con la venia del cacique, me hacía de un toldo. Holgazán y despreocupao andaba siempre chupao sin tener mucho qué hacer.
Buscaba algún consuelo, ahí mismito lo encontraba en los pecho de alguna india, de marido difunto, por la partida. Pobrecitas y desgracias, mal pagadas y mal queridas, se quedaban preguntando.
-¿De seguro que va a volver?
Ya, aburrio y mal trecho, regresaba al pueblo pa repetir fechorías y desafiar a la parca que andaba cerquita, persiguiéndome, pisándome los talones.
Por Lobos, partido de Cañuelas, fui a dar con mis flacos huesos. Después de una traición, los cobardes me esperaban a las afueras del boliche del turco Julián Ayud. Y ahí nomás, justito cuando estaba por ensillar, un frío de puñal sentí en mis entrañas, después, las sombras y de la vida no supe más.
Algún cristiano piadoso se encomendó de mi suerte; y en un rancho, al costado del arroyo en medio de los pastizales, se esmeraron por cuidarme. Un viejo medio ciego y su nieta en épocas de querendona con manito de seda, medio zonza la chinita, con esmero la pobrecita, ella solita me coció.
La herida se fue curando con yerbas y grasas de potro, y entre gualichos y rezos de ahí en más me puse de pie y con un beso le pagué. Prometiendo más de lo que tenía, me quedé acollarao, solo para no morirme, sin haber en este mundo, quien por mi llorara.
Una huertita a los fondos del rancho, dos surcos de verde acelgas, uno de tomates y otro de repollo pa que la pansa esté fresquita y el empacho no te duela. Unas sandias grandotas y melones olorosos; ajís, de esos que pican, la puta que lo pario, buenos pa remedio de los males y del bichero también.
Entre horcones y espinos un corral pa los caballos y pa una vaca orejana, de esas que andan perdías pa que la haga tuya cuando nadie la reclame. Un gallinero de jarillas con las puertas bien cerradas pa que no dentren los bichos, las comadreas y los zorros cuando se vuelven cebao porque no hay Dios que los acabe, ni siquiera envenenao. Tres gallinas traiva una tarde del poblao, pa lo huevos y la cazuela, más dos conejos agrisaos que tiré en el poso, ellos solitos se la arreglan pa que críen sin cuidao.
El tiempo como la vida pasa solo una vez a tu lado, pobrecito el que no se anime. Será nada y finao en este mundo de mierda hasta por Dios olvidao. Sabiendo yo de esos males, ahí nomás me preocupe por preñar a la Ramoncita pa sentirnos acompañaos.
Un día llegó la muerte y al pobre viejo se llevó con los ojos bien abierto como lo había pedio: "un ciego no se resigna a partir en la oscuridad", palabras dejadas como mandato y había que respetarlas.
El gurí nació mesino pero sanito, verá. Dos kilitos y medio, rosadito y peludo como su padre – decían; y ahí nomás me agrandé y le puse de nombre el del abuelo; y por agregao, el mío. Así pasó a llamarme el pobrecito que ha de sentirse halagao. Bernabé Eustaquio Paredes, en un papel asentao, pa que sepa de él la justicia y mi diosito también.
La historia se repetía, no había manera de parar. Si hasta parece mentira como si lo tuviera grabao. Por el mes de febrero daba a luz mi Ramona y de guelta a pensar, cómo llamar al muchacho y a la nena por llegar. La cigüeña se volvió amiga y hasta se había afincao, y en los horcones del techo y ahí mesmo se había anidao. Jue cosa de mandinga hasta que un día voló, dejandome el patio con nueve hijos, que pa escuela rumbeaban en fila por el camino, el mismo que los traiva. Pan, mate y yerviao con la pansa bien llenita andaban siempre peliao con el peine y los piojos, con los mocos y el jabón. Igualitos, dicen las viejas, al padre por desaliñaos.
Parao en el patio con el viento en la cara y la lluvia por llegar, respiraba fuerte mi pecho cuando los veía llegar. Al Bernabé y la Porota y la cría que parió. Al Aniceto y la Juana, Carmencita y a la Dominga, al Carancho y el Venancio. La Ramonita, como su madre, que de soltera parió, el Juancito que salió estudiao y de milico se graduó; y al finadito Carmelo que una mula lo patio, el pobrecito esté entre flores que su madre le plantó pa el primero de noviembre pa cuidar de su almita y no sentirse olvidao. Ocho hijos y un finadito, siete nietos y el que está por llegar. Toitos me lo ha dado la vida como premio por el esfuerzo y las ganas, en esta porfía por amarlos, pa no morirme solito y tener por quién llorar.
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(*) Hay modismos gauchos en este texto.
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