Esto es algo que pasó hace más de diez años. Ya todo estaba preparado para el largo viaje. Tenía el pasaje en la cartera, las valijas cerradas, los cajones con las cosas de la casa embaladas.
Lo único que restaba era hacer algunas visitas de despedida, no sabía cuando volvería, el traslado era definitivo.
Había dejado para el final de un día para el otro la última visita.
Quería y no quería ir. De pronto una vaga sensación de desasosiego se apoderaba de ella y volvía a postergar la decisión. Era algo así como no querer convencerse.
Prefería recordarlo como la última vez que lo viera, hacía de eso ya mucho tiempo. Con su enorme sonrisa bordeada por su bigote negro, que provocaba esas finas arruguitas a los lados de sus ojos.
El viaje estaba programado para el sábado, a las seis de la mañana salía el avión. ¡Y ya era jueves!.
El viernes amaneció nublado, frío. Dio varias vueltas por la casa vacía, por fin, cerca de las diez tomó el abrigo y salió.
Y ahora, ya estaba allí. Caminó despacio tratando de orientarse. La última vez había venido en auto, por eso no podía recordar bien el lugar.
Volvió una y otra vez sobre sus pasos. No lo encontró. Tampoco quería preguntar a nadie.
Se detuvo un momento buscándolo hacia los costados, nada, no estaba.
De pronto tuvo esa sensación cierta, casi penetrante de que alguien la miraba. Giró sobre sí misma y sí, ahí estaba. Con su enorme sonrisa bordeada por su bigote negro, mirándola con esos ojos buenos que ya nunca podría olvidar.
Apretó entre sus manos el ramo y se acercó.
_ Hola papá, vengo a despedirme, mañana me voy al sur.
Él continuó mirándola, sonriente desde la fotografía fijada en el mármol rosado de su tumba.