El sol se filtra resolviendo el crucigrama de los árboles, mis ojos recogen el fulgor de las monedas plateadas derramadas en el suelo. Hay humedad y helecho, y el silencio quiebra el aleteo repentino de los tordos. Por encima de la cuesta está el árbol de anono, que sueña por el olor de los capulines. Llego hasta éste y lo abrazo. Mi cuerpo descansa en la silla de sus ramas, y el sudor despertará mañana en sus hojas.


Algún día regresaré para balancearme en sus frutos; un niño, en alguna mañana comerá mis pensamientos. No sé qué será. ¿Una niña santa? ¿O una Cannabis que pondrá al mundo de patas?