Tenía veinte años, y eran tiempos en que no le encontraba sentido alguno a la vida, en que algo tenía que suceder para poder soportar el día a día. Levantarme para ir a trabajar era un fastidio insoportable (y era lo único que hacía), el solo hecho de concurrir todos los días a un trabajo que no me importaba en lo más mínimo, me hacía sentir completamente ridículo y vacío. Vivía en un estado de hastío permanente, como incapacitado para odiar, amar o interesarme por algo. No me refiero a un estado de desesperación profunda o de depresión irremediable, sino más bien de melancolía constante, de cansancio situado por encima de lo que yo pudiera desear.
Todo lo que hacía, o más bien, que podía hacer, era ver pasar el tiempo. Pasaba las tardes en el muelle del Buceo, en el jardín botánico, o en sitios por el estilo, la mayoría de las veces sin hacer nada.
Ver pasar el tiempo es algo terrible para el que lo ha vivido. Una larga temporada varado en el hastío, es algo que te afecta irremediablemente.
La mayoría de la gente, por lo general, cuando atraviesa una situación compleja, o turbia, de alguna manera, intenta desentenderse lo más rápidamente posible sin aprender nada en el camino, y sin comprender cabalmente las zonas oscuras de la existencia. Es por esto que lo primero que me llamo la atención de él, fue que no le daba la espalda a las miserias humanas, al fracaso, a la soledad, al sin sentido de la vida, a la idea de la muerte, etc. Más bien que todo su pensamiento estaba compuesto de estas sustancias.
Lo segundo que acabo de convencerme de su valor fue la belleza del estilo, la profundidad de pensamiento y el gran sentido del humor que tenía. Ese aspecto de tipo tranquilo y provocador ante las calamidades.
Yo no sé si en aquel entonces lo interprete en siquiera uno de sus sentidos, o solo me deslumbró una estética macabra; pero estoy seguro de que me forzó a conocerme a mí mismo a una profundidad que no esperaba. Descubrí que todo, hasta lo más terrible, tiene su sentido del humor, y que a una lágrima, bien puede acecharle una carcajada.
Vivo en la paradoja de sentirme menos extraño y solitario, acompañado de un hombre que ya ha muerto…
Comprendí que no era el primero ni el único en sentirme al margen de la vida, y que una vez que caes en el mortero de la lucidez, esa "gotera del alma", ya no vuelves a mirar el mundo de la misma manera.
Una conclusión importante que obtuve en aquellos tiempos, es que si la existencia no tiene un sentido concreto, no necesariamente tiene que ser una tragedia, porque uno puede desentenderse de un momento a otro de todas las ataduras, de todos los prejuicios y los temores que paralizan la voluntad y los sueños. Porque las ataduras, los prejuicios y los temores se tornan algo estúpido cuando sientes que la vida pasa y nada sucede.
Él fue un gran apasionado de la música, fundamentalmente de Bach; si hay algo que siempre se reprochó, fue el no haberse formado nunca como músico. Prefería contar un chiste, a dar un consejo, y nunca apuraba un suicidio, más bien que uno siempre se podía suicidar al día siguiente.
Hoy sé que mientras camine, van a acompañarme sus aforismos sobre la vida y la muerte, el amor y su ausencia, al arte, la soledad, la multitud, el fracaso, la melancolía, el hastío, la tristeza, la felicidad, las obligaciones, el ocio, el tiempo, las horas muertas, la violencia, el sexo, la alienación, la voluntad, el vacío, la nada…
…y esa tendencia a no darle nunca la espalda, a la esencia de las cosas.
(A la memoria de Emil M. Cioran)
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