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Era ya la hora del toque de ánimas, justo al tañido de la última campanada que esperan las almas del más allá como música extasiada, cuando paseando insomne cierta noche por un laborioso terrado, observé un pájaro alado curioso que volaba incansable y con aire preocupado.
El cielo estaba adornado con hopillos ligeros de leve bruma, envuelto en su pijama aletargante, así como el mar deja rociados borboritos etéreos de espuma en el desierto de la playa calcinante.
Solo en la amplitud de aquel manto celeste, navegaba un ave de plumerío reverberante, como aspirando envolverse en la etérea veste y hacer refulgir los rayos mortecinos que la ciudad despedía en su pulular desconcertante.
—¿De dónde vendrá a esta hora? —¿Acaso andará extraviado? —¿Habrá alguien que lo espera y llora? —¿De qué jaula se habrá escapado?
Estas y otras más preguntas comedidas vinieron a mi mente, cuando allá en lo alto y al nivel de mi frente, pero muy lejos, rebatía sus alas blancas presurosas, cegado por la luz y sus reflejos.
Y comenzaron a desfilar imaginaciones sin sueño, con una y mil suposiciones también sin dueño: Este no es un pájaro cualquiera, y aunque así lo fuera, me da pie para suponer y elucubrar sin temor a daño o detrimento, que el poder de fantasear es gran facultad del pensamiento. Y más cuando en noches de insomnio inerte un leve paseo y el sorbo de aires frescos espantan los terrores del demontre, de hechizos e íncubos grotescos.
Porque los pájaros también celebran sus fiestas y se pierden de vez en cuando en el espesor de tupidas florestas; éste que ahora frente a mí pasa, quizá alargó el ensueño de una bella tonada que con suave acento y translúcida armonía salmodiaba una tórtola enamorada, mientras inquieta dejaba el suelo y su pesebre, para elevarse alegre tejiendo coronas de ilusión en delicado vuelo.
El pájaro la seguiría veloz con trazos elípticos, pulidos y atrevidos, mientras el corazón latía en vuelcos desusados y furtivos. Navegarían los dos por la calle que abrió su ilusión entre el follaje de la tupida fronda con encajes. Ella se detendría en cada árbol sin espinas, contemplaría las flores, suspendería el resuello y volvería la mirada curiosa para ver si la seguía, mientras se arreglaba el velo de muselina en el cuello para luego reanudar el vuelo sacudiéndose nerviosa.
Así, de este modo, animando el rumor del amor que se dejaba ver promisorio y destellaba sus candeladas de llamas elásticas, se internarían bulliciosos en el bosque los flechados galanes en su viaje de aventuras fantásticas. Como niños ligados a sus juegos y balbuciendo caprichosos para que nadie se los quite; como jóvenes inexpertos abiertos ante el reclamo supremo del deleite, la tarde de esparcimiento y coqueteo se hizo polvo invadida por la oscuridad que pronto llegó.
Noche romántica de floresta, las estrellas quietas, la luna enamorada con sus ondas de luz encandiladas eclipsó hechizados sus ojos y detuvo el aliento de los rezagados volantillos. Entonces, tras el baile y rito del habitual cortejo llegaron al cenit de los afectos traspasando los rumores del instinto perplejo; nada percibían del mundo, pues envueltos toda en ella, la vida latía muy dentro de sus corazones inquietos. Y celebraron sus bodas trinando notas musicales mientras sus piquitos bebían el agua dulce que se destilaba el duendecillo volador que vertía el cántaro del amor. Tuvieron como testigos la pléyade de célebres diamantes que adornan cotidianamente el cielo, los cuales esa noche parecían arder más y destilaron luces perfiladas de haces de colores opalescentes; y en un rito reservado, ante el altar del misterio de la vida que recrea sin cesar la naturaleza, juraron amarse sin medida para ser dos en uno desde entonces y ensanchar por su medio el movimiento de aquella especie volátil, que alegra con sus trinos los caminos y lleva por los bosques y ciudades su peculiar nota de fiesta y encanto musical.
Tarde era ya, y después de haber saboreado con fruición el placer y la alegría del tesoro que guarda la vida en sus depósitos más puros, el galán posesionó en su nuevo nido a la ave sosegada, mientras retornaba al antiguo hogar paterno a través de la noche iluminada; aquel viaje era sólo para despedirse de los suyos, pues a partir del amanecer siguiente, había de afrontar una nueva existencia luego de haber encontrado y estar desplazándose desde aquel momento en el centro de un arte compartido; el misterio de la unión y evolución le empujaba a aprender a volar con otro ritmo, después de aquel encuentro transformante que le daba a su vida una orientación diversa.
Tal vez este era el aire preocupado que iba digiriendo mientras volaba aquella ave recamada, llena de luz por el encuentro, ciertos temores por el futuro incierto.

Esto fue lo que imaginé, mientras a lo lejos y a la altura de mi frente, aquel pajarillo iluminado por las luces de la ciudad pasó volando nervioso y se fue perdiendo, poco a poco en la oscuridad...

Texto agregado el 25-05-2003, y leído por 968 visitantes. (2 votos)


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