La lluvia me cantaba afuera, no sé si eran horas o días los que había gastado en la cama, arrastré este cuerpo que tanto quise destruir antes, a la cocina, una tabla de picar, medio chile dulce y algo de filo. El olor envolvía las puntas abiertas de la catarsis que llamo cabello, corté las hebras carnosas en rojo, y soplé las semillitas como si fueran dientes de león: "Dale, volá de acá completo si querés, andate velóz como el metro que va de Politécnico a Pantitlan, dejame rota de nuevo en agua de sal" le decía con rencor al vegetal solo para dejarlo bailar a su ritmo dorado en el comal. Lo demás fue lo usual, amarillo, verde, naranja, triturar con odio a rechinar de dientes (de ajo), arrancar de raíz, envolver, poseer y soltar con violencia al fuego, salivar, masticar; saborear... Tal cual y como hago con mis entrañas cuando las revuelvo dentro de mi y la depresión me cocina en la almohada.