Habían pasado ya 80 años después de la infausta guerra del Pacifico, dos naciones hermanas se desangraron en un enfrentamiento que dejo heridas que cicatrizando van, poco a poco porque como dice el refrán: “el tiempo lo cura todo”.
Durante la campaña de la Breña, los episodios de la resistencia del pueblo Peruano a ser sojuzgado por un enemigo invasor, se repliegan a las alturas andinas, guareciéndose entre las quebradas y las cuevas, subiendo y subiendo hasta los picos nevados para organizar la guerra de guerrillas dirigidas por el emblemático y valeroso Coronel Andrés Avelino Cáceres.
Sus cazadores, el ejército chileno bregó y batalló con los valientes guerreros peruanos, que armados con mínimos armamentos, ya que solo tenían algunos fusiles, machetes, palas y picotas; mas su grande aliado eran las cimas escabrosas de los andes, los abismos y el frio intenso, ese que hiela la sangre. Estas agrestes circunstancias fueron las que cobraron las vidas de muchos de los invasores chilenos, estos soldados cayeron abatidos en las emboscadas del coronel Cáceres y sus morochucos, los hábiles jinetes serranos que acompañaron al coronel en sus andanzas.
Pero eso fue ya hace mucho tiempo, el correr del tiempo ha ido borrando las huellas de las refriegas de la campaña bélica, los campos han reverdecido y los pueblos se han reconstruido, la paz reina ahora para no ser mancillada nunca más.
En uno de los pueblos de cercanos a Jauja vivía un zapatero de nombre Dionisio Medrano, se había quedado solo pues su mujer la Marucha, se había escapado con un colorado que le inquieto el corazón y le “pinto pajaritos” que ella muy cándida creyó para salir a escondidas una noche con el “limeñito” enamorador, se fueron los dos llevándose todos los ahorros del incauto zapatero remendón.
En una noche negra, esas de cerrada oscuridad; mientras dormía el amigo zapatero se le aparece en sueños la figura de un antiguo soldado chileno, por su uniforme con galones, quepí, botas y espada al cinto debía de ser un oficial; quien con voz de mando le dice: -Dionisio Medrano, yo soy Juan Lucano, capitán del ejército chileno del batallón Valdivia, he venido a pedirte un favor- Dionisio lleno de espanto escuchaba atento al misterioso aparecido, quien sigue diciendo: -SI me concedes esta merced, te mostrare el lugar donde guardamos los botines de guerra que fuimos acumulando con mis tropas, son seis cajones con oro y plata que dejamos enterrados cuando peleamos con Cáceres por estas tierras- EL zapatero solo atino a responder: -¿Cuál es la merced que quiere su señoría? A lo cual el oficial chileno continúa: - Te pido que me mandes a decir una misa en tu iglesia por el descanso de mi alma atormentada.
Dionisio acepto en el acto la petición del capitán chileno, le dio su palabra de honorable zapatero que cumpliría con hacerle todas las misas que quisiera si le muestra ese grandioso “tapado” con las riquezas que le ha descrito el oficial.
Inmediatamente se ponen los dos, zapatero y aparecido salieron cruzando el camino que los lleva hacia el borde de la quebrada llamada Acolla cerca de la laguna “Pucho-Cocha”, caminaron como media legua de distancia entre los matorrales de “ichu” que crece por el borde de la laguna cubierto por matorrales de “chagual”. El capitán Lucano le muestra una entrada en el borden de la montaña y le dice: -ahí, entre el sauco y la montaña escondimos el tesoro – El impresionado zapatero no cabía en su algarabía, sentía que se sacaba el premio mayor y para no olvidarse de cómo regresar a este mágico lugar lo marcó cuidadosamente, colocó rocas y señales de manera tal que reconocería el sitio exacto y que pase desapercibido para cualquier extraño pasante.
Terminado el encubrimiento del lugar del tesoro, fantasma y zapatero salen rumbo a la cabaña y a medio camino don Dionisio al voltear la mirada atrás descubre que el misterioso oficial chileno ha desaparecido. Solo le queda la sensación de éxtasis al saberse dueño de un fabuloso tesoro enterrado. Casi al rayar el alba se despierta y confundido trata de comprender aquel sueño que sentía tan real, que para sorpresa suya aun calzaba sus “ojotas” llenas de tierra y paja, era indudable que no había sido un sueño, si, ese encuentro había sucedido y sin esperar a que amanezca sale a la carrera para ubicar nuevamente el sitio del preciado tesoro.
No le fue difícil reconocer el camino y llegar otra vez al sitio que el oficial chileno le mostrara durante su sueño, si era real, ahí estaban sus marcas y sus señas tal como las había dejado. Su corazón se desbordaba de entusiasmo y regreso henchido de felicidad, era un sueño que se hacía realidad.
Ya en la calma de su taller de zapatero, comienza a meditar sobre su inesperada fortuna, él vivía solo en su cabaña desde que la Marucha se fugo con el limeño blanquiñoso, no tenía a nadie más en la vida, se preguntaba: -¿Cómo hare para sacarlo yo solo? No puedo trasladarlo sin ayuda, además ese paraje donde se oculta el tesoro se siente muy lúgubre- Cavilaba en su mente estas incógnitas, -mejor sería si me acompaño con alguien- Resolvió al final y se le vino a la mente su compadre Eleuterio Sayán, campesino y conocedor de la zona, era alguien en quien se podía confiar.
Le propone a su compadre dividir el tesoro y salir pasada la media noche para desenterrar los cajones de oro y plata, era una aventura secreta que nadie podía saber pero al mismo tiempo un escalofrió le producía en su ser al recordar la figura del chileno fantasmal. Al llegar al sitio del tapado enterrado, es así como le llaman los indígenas a los tesoros ocultos bajo tierra; los dos compadres, zapatero y campesino se dan a la tarea de sacar a la luz el famoso tapado, armados con sus herramientas, palas, barretas y picos se adentraron entre el follaje excavando con mucha energía y entusiasmo.
No pasaron ni veinte minutos y sintieron ya la tierra floja y suave, era ese el sitio anhelado, pero es en ese mismo instante que en el silencio nocturno se interrumpe por el sonido que se iba acercando mas y mas, eran como los golpes de los cascos de jinetes a caballo que se aproximan, ruidos de hombres marchando y gritando arengas militares, el rechinar de espadas y bayonetas chocando se escuchan a lo lejos; los dos compadres, Dionisio y Eleuterio al escuchar esos ruidos se sienten descubiertos y salen despavoridos, enrumbándose camino a sus casas, pero a media legua de distancia, se sobre paran al no escuchar mas los macabros sonidos y después intercambiar opciones se arman de valor y deciden aventurarse a regresar, y así lo hicieron.
Retomaron su faena de excavación ahora con más prisa y frenesí, pero esta vez al sentir que chocaban con el cofre sale de este una luz verduzca y amarillenta con destellos fluorescentes y con un hedor que les cerraba la garganta, habían abierto el tapado misterioso, ante esta luz deslumbrante se oyen venir otra vez el sonido de las tropas fantasmas, ahora con un rugir aguerrido y furioso, la tierra tiembla debajo de ellos y siente como que un remolino los quiere succionar, era la maldición del tapado de los invasores chilenos. No esperaron a comprobar sus temores y tomaron todas sus herramientas y a casi a rastras se escaparon de la boca del agujero que los quería tragar, mientras los fantasmagóricos soldados se aproximaban sobre ellos.
En su huida una voz les grita a lo lejos: -¡Zapatero cobarde! Te has perdido la fortuna que te ofrecí, esta era solo para ti y para nadie más. Tu cobardía te ha privado de las riquezas que te esperaban, da gracias que te perdonamos la vida- . Y ya no escucharon más en su carrera por salvar la vida; los dos compadres se dispersan cada uno para su casa, prometiendo no decir nada a nadie de este terrible suceso.
A la mañana siguiente, su remordimiento y desconsuelo por el tapado de riquezas perdido decide ir a plena luz del día al lugar del tesoro, ahora va con una leve esperanza de hallarlo nuevamente pero encuentra que ahora el sitio ya no es el mismo, está lleno de rocas descomunales que cubren todo el lugar, piedras gigantes imposibles de remover, ese tesoro se había quedado oculto para siempre.
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