| Cuando los Viviani se hicieron la casita prefabricada en el barrio  de Los Selectos de Gaona todos suspiramos. Por fin tendrían un lugar donde caerse muertos, en toda su humanidad y porque no, en toda sus dimensiones deshumanizadas.Los Viviani eran un matrimonio con un hijo varón Jorge, y dos mujeres Alejandra y Marcela. Además de un hijo de Don Viviani solo, que pario su madre, cuando él era jefe de la estación de Caballito, o sea ferroviario, y ella era subjefa de la misma estación.
 Todo eso se supo años después, cuando vino Rodrigo a vivir con los Viviani a la casita prefabricada.
 Yo frecuentaba a los Viviani porque me gustaban. Eran un familion y de donde yo provengo somos pocos.
 Estaba Vicky, la hija de Alejandra  a la cual alentaba con sus dibujitos de Kitty  y Ricardito que jujaba en la tercera división de un club de barrio y quería ser como Messi, claro.
 Esa tarde de domingo  estaban  todos los hermanos juntos, había piedras, porque siempre estaban por construir más. Había ladrillos, había cal y arena. La calle era de barro.
 Todos compartían la casa de la madre, pero no todos sus gastos, y a la hora de la comida compartida todo se ponía un poco amedrentador.
 Alguien había traído pizzas, pero faltaba el queso.
 Me propuse para ir a buscarlo al almacén de los chinos del barrio.
 Éramos  unas diez personas  sin contar a los niños, que deambulaban  y jugaban con todo a su alcance. Al volver cuando vi cuantos éramos  me dije que tal vez  el queso y la pizza no iban a alcanzar para tantos  comensales y faltaban las aceitunas y un poco de salsa de tomate.
 Fui a lo del chino para comprar lo que faltaba.
 Y cuando venia por la cuadra, se me presentó un cuadro que nunca olvidare.
 Los tres hermanos se peleaban entre sí, se tironeaban  del cabello cuando la madre los quiso separar la tiraron  sobre las piedras en un grito de dolor, y Rodrigo el hijo bastardo  de los Viviani les gritaba que eran unos miserables, que  lo habían abandonado a la buena de de Dios.
 Me fui acercando despacito al lugar de los hechos. Todos lloraban, la madre tirada en las piedritas. Jorge, Marcela y Viviana tenían mechones de cabellos en las manos, arañazos en sus caras sucias y transpiradas.
 Y todo eso por una casita prefabricada en el barrio  Los Selectos de Gaona.
 
 
 
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