Ya no deseaba morir de amor,
para tal valentía necesitaba un ideal
que se incinerara en el pecho,
porque a pesar de que fuiste una luz
en este pozo ciego
te desintegraste al llegar el día,
confundiéndote con las demás claridades andantes.
Al besarte, creció la ilusión en mi corazón,
contagiaste de rocío estival el témpano de mi ser,
pero no eras esperanza,
fuiste inestabilidad y desconfianza,
nunca te voy a agradecer que hayas venido,
porque fallaste a nuestra cita
y no deseo volver a verte mientras existas.
Días antes, quedamos en vernos,
preparé un racimo de besos,
desintoxiqué mi alma
en la aprehensión de los huesos retorcidos por el frío
y tendí en el balcón las ilusiones
que se deshicieron
en la versatilidad de los pensamientos furtivos.
El día llegó, pero vos nunca lo hiciste,
la vida desangró en mis manos,
hice un manojo de los racimos de besos
que salpicaron mi piel con el aliento perdido.
Tuve un aborto de amor y de ternuras
que te quedaron grandes y no pudiste contener,
tuve fuerzas y sueños
que a tu cobardía echaron a perder.
¡Ahora piérdete!,
no vuelvas
porque la inundación arrasará
con nuestro ayer,
se llevará las esperanzas y lavará la miel,
no te detengas a darme compasión
porque no la necesito,
no te confundas conmigo
y si escarbas en mi conciencia, te lo haré saber.
Vete,
donde la humanidad hace un festín sin sentido,
vete,
alucinado y herido, dulce suspiro.
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