Ritos Citadinos
Mientras las agujas del reloj me esperaban en la mañana de aquel lunes, con el último sorbo del café, emprendí mi viaje hacia el infinito. La lluvia que no cesaba, las baldosas asesinas que explotaban a mi paso y un viejo paraguas con jirones de tela volando libre. Afortunadamente la temperatura no era preocupante, el viento había disminuido, apenas imperceptible.
Las maestras de la escuela esperaban a sus alumnos con sonrisas fingidas. Llegando a la esquina, el espacio imprescindible para alinear mis pensamientos.
La cotidianidad tiene ese sabor entre aburrido y fascinante. Es que siempre se repite la misma situación, previsible y a la vez atrapante.
Primero aparecerá el utilitario con el señor de blanco, que abrirá la puerta trasera y extraerá dos bolsos, con pebetes y pizzetas. A lo lejos se dibujará el bus que trasporta a los niños a la escuela y que tras su parabrisas se observarán muñecos de peluche, como ofrenda al conductor. La niña del lado de la ventanilla observará al vacío, como triste.
A continuación pasará otro vehículo que trasportará a personas con discapacidades hacia los centros de atención. En la otra esquina, un minibús se detendrá a subir al mismo pasajero de todos los días.
Se abrirá el portón de la cochera del edificio, en donde saldrán una moto y una van, que en ese orden partirán hacia vaya a saber uno.
Después de ello, no quedará más que esperar que doble el bus que me conducirá a mí y a mi vecina, que amablemente saludará como sorprendida brindando por la coincidencia.
Subiré a la combi, saludaré a Roberto, sempiterno conductor y al pelado con ropa de gimnasia que estará absorto con su celular.
Un equilibrio casi planetario, no hay espacio para la improvisación, una ceremonia de vida y rituales obsesivos de los cuales me cuesta eludir.
En curioso, pero diariamente trato de concurrir a la misma hora, para no perderme el espectáculo, una vez llegué un poco tarde, ya el de la panadería se había ido, los escolares cumplieron y fui el único que alteré ese espacio tiempo.
Seguramente alguien como yo habría advertido mi ausencia, quizás fuera el perro del primer piso que me ladra como si fuera la primera vez que me viera.
OTREBLA
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