UN RETAZO DE VIDA
Mi abuela, Eustaquia Vizcaterra, hija de vascos, la recuerdo entre la niebla de vapor que invadía la cocina, preparando el puchero cotidiano. Tuvo siete hijos, seis de ellos varones, uno, el segundo, mi padre, Justo Tapera. El menor, Teodoro Roberto,, Cachila lo apodaron, si no fuera que antes que él nació una mujer, Sunilda, hubiera sido lobizón. Los alimentó a puchero y mazamorra, almuerzo y cena, día tras día de su longeva vida, y bien sanitos que le salieron, todos vivieron más de noventa años, menos Cachila, qué tiene su propia historia. Parecidos a ella y entre sí, eran como un juego de copas.…
Yo iba a la casa de mi abuela dos o tres veces por semana, cuando no hacía calor. Me sentaba en unos esos bancos largos que rodeaban la enorme mesa y me ponía a leer las revistas de historietas que compraba y coleccionaba mi tío Cachila, Pif Paf y el Tony, mi abuela me agasajaba con un tazón de caldo y rodajas de pan untadas con caracú, y séguía con sus tareas sin hablarme. No era afectiva, “nada de palabras dulces, nada de mimos ni cuento” pero me prestaba atención.
Recuerdo que en mi adolescencia, me dijo mi abuela con su acento campero
.- Qué le anda pasando m´hijo, que lo veo tristón?...
Mi madre un rato antes me había dicho:
.- Qué te pasa a vos, que andás con esa cara de orto?...
Creo que mi madre pensaba que a mi edad no podía estar triste…
.- Sí no te falta nada… Pensaba y decía.
Quizás respondí que no me pasaba nada, que no estaba triste, no recuerdo ese detalle, pero sí, que por primera vez abracé a mi abuela.
neco
Tengo ganas de continuarlo.