Ella era baja pecosa, de cabellos ondulados y negros. Tenía un busto enorme, mientras que nosotras éramos bien chatas. Llenaba sus bolsillos de caramelos, pero tenía lo que cualquiera de nosotras quería tener:un padre con una librería.
Aunque mucho no lo aprovechaba. Nos mandaba una postalita con la ciudad de Recife, pero eso si, tenía una voluntad para la crueldad nunca vista.
Toda ella era venganza.
Chupaba caramelos ruidosamente y no perdonaba que nosotras fuéramos demasiado lindas, espigadas, altas de cabellos libres.
Encima se ensaño conmigo con ferocidad, con bronca y garra.
En mis ansias de leer a mi no me importaba, me humillaba pidiendo e implorando que me prestara los libros que ella no leía.
Hasta que empezó el día de ejercer sobre mi una tortura china. Me dijo que tenía el libro" Las travesuras de Naricita", era un libro gordo como para comerlo, y dormir con él. Me dijo que me lo prestaría al día siguiente.
Me transforme en la esperanza misma. No vivía, no comía.
Al día siguiente fui a su casa. Ella vivía en una casa como Dios manda, no como yo, en una casa de altos y de escalera sinuosa, pero no me invito a pasar, sino que me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera al día siguiente.
Salí saltando como siempre cuando caminaba por Recife, me guiaba la promesa que al día siguiente llegaría mi amor, el libro de Naricita.
Pero el asunto no termino allí. El plan secreto de la hija del librero era tranquilo y diabólico.
Al día siguiente estaba yo en su puerta con el corazón latiendo con fuerza y con una sonrisa, para escuchar la tranquila respuesta de que el libro no estaba su poder, que volviera al día siguiente. Y continuo así. Yo ya había adivinado que me había elegido para verme sufrir.
¿Cuánto tiempo?
Yo iba todos los días a su casa sin faltar uno solo.
Hasta que un día estaba en la puerta oyendo humilde y silenciosa su negativa apareció su madre.
Debía resultarle extraño que viniese todos los días. Y nos pidió explicaciones a las dos, hasta que la señora le grito:
-¡¡¡Pero si ese libro no salió nunca de esta casa y tu no quisiste ni leerlo!!!
Y allí descubrió que clase de hija tenia, de una perversidad desconocida.
Y le grito:
-¡¡¡Vas a prestarle el libro, ahora mismito y se lo va a quedar el tiempo que ella quiera!!!
¿Entendiste?
Yo estaba aturdida, boquiabierta y así recibí el libro en mis manos, y salí caminando bien despacio, sin saltar.
Mi pecho estaba caliente, mi corazón pensativo.
Horas después lo abrí, fingí no tenerlo, lo cerré de nuevo, fingía que no sabía dónde estaba y después lo encontraba, esa cosa clandestina era mi felicidad.
La felicidad siempre iba a ser clandestina para mí.
Había pudor, lo presentía en el aire.
Yo era una delicada reina.
A veces me sentaba en la hamaca meciéndome con el libro en mi regazo sin tocarlo, en éxtasis puro.
Ya no era una niña con un libro, era una mujer con su amante.
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