Hoy adornan mi espalda, sendas tiras de elástico multicolor, dispuestas suavemente por un señor de ojos rasgados, como parte de un masaje y terapia thai, recomendando por mi doctor para, torcerle el cuello, que irónico, a mi dolor de cabeza y cuello.
Habrá quien necesite de otro tipo de escarapela, adorno o distinción para sentirse importante. A mi me bastan esos elásticos de colores para sentirlo. Porque importante es que a uno le pasen cosas, las que sean, así impliquen un dolor agudo de cabeza, o remuevan sentimientos pesados, o desestabilicen el estado mental, y lo hagan suplicar a uno ayuda del cielo. Igual es importante!
Así que coronada en mi espalda, me pavoneo por la casa, creyéndome la gran cosa. A la final, lo bueno es que sonrio, me divierto, gozo despreocupada, como hace tantos días no hallaba cómo hacerlo.
Porque aunque uno cree que las personas son siempre iguales, o al menos, que se puede de esperar de ellas cosas similares a aquello que previamente ya nos demostraron, lo cierto es que tras unos ojos perezosos y perfil agudo, puede esconderse tremenda tormenta. Qué digo!, -la mamá de todas las tormentas! No como esas tipo tornado que desprenden techos y ponen a volar vacas en círculos por el aire, sino de las densas que avanzan despacio, húmedas, casi tibias, pegajosas, como babosas, que no se ven venir, pero que igual arrastran con todo.
Una bruma cálida que de lo densa, va desprendiendo paredes de sus cimientos y corriendo los muros con su lento y milimétrico andar. Bruma pesada que se atora entre las muelas, y casi que se puede masticar.
La otra noche juro que escupí un pedazo que me quedó atorado, después de un largo sueño en el que, luchando contra la bruma, me arrastraba para subir calle arriba, resbalando en mi intento una y otra vez.
Pues sí señores, recién descubrí que detrás de mi cara de nada pasa, se gestaba una tormenta de tamaño mayor. Al comienzo, y como la condenada no se sintió, seguí mi vida como si nada, para solo venir a reaccionar cuando estaba a punto de perder el aire por la presión que en mi ejercía su pesado pasar.
Realmente no sé cómo logré subir esa calle tantas veces, o mejor dicho, si sé, -con mi persistencia! A ver como lo explico sin confundir. Me precio de ser persistente a morir, y pues sí, lo soy, realmente lo soy. No obstante, si me ven desprevenidamente podrían pensar que no, pues no soy de las personas que además de hacer, se adorna con un aviso que diga -mírenme, estoy haciendo!
Aunque para ser justos, tampoco soy de las que hace sin que se note mucho. Me gusta un cierto grado de atención de parte de mis congéneres, no mucho como para sentirme abrumada, ni tan poco que haga obsoleto mi despliegue de falsa humildad, tan necesario y acertado en estos casos.
Porque lo cierto es que no hay nada más placentero que hacerse el desentendido cuando alguien viene a adularte, sincero o no, o así sea para meterte los dedos en la boca, o de pura mala leche, no importa. La verdad es que siempre me gozo mi facha de que la cosa no es conmigo.
Ay mi ser humano!
Por lo pronto, me iré a dar un recorrido tipo desfile de reina, por los pasillos de mi casa, repartiendo besos a los cuadros en las paredes, con mi nueva corona, con la que premiaron mi mayor y jamás visto acto de valentía y lucha de supervivencia. El que haya parecido casi imperceptible a los ojos de los demás, e incluso a lo mios, solo lo hace más dulce.
Que viva la reina! Dios salve a la reina.
PS: Guiño a aquella que me regala generosa tardes llenas de horas y horas.
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