Tuve un sueño extraño en el que mi cuerpo estaba rígido y mi espíritu vagaba incontrolable lejos de mí, pensaba mientras las imágenes se desarrollaban en mi mente, que había muerto, que nada había que hacer al respecto y dejé de luchar por volver. No recuerdo lo que vi, sé que mientras sucedía esto me alejé de la casa y de mis recuerdos, de toda sensación de apego, dolor o tristeza, ausencias o añoranzas, amor o desamor, no había nada, vacío y silencio a mí alrededor.
Desperté agotada y ya no pude dormir más. Me senté en mi cama y pase el resto de la madrugada analizando el porqué de esta sensación de alejamiento por la vida y por lo que me rodea, por la ausencia misma de angustia y esa tranquilidad que me dio la nada.
Si puedo concluir algo, creo que mi vida ha estado llena de afectos que solo me han provocado miedo a las ausencias, miedo a las palabras hirientes, miedo por tener miedo.
Quiero viajar por lo que me queda de vida, más liviana, no esperar tanto , no desear lo que no tengo, solo avanzar, este momento es el que vale, no ayer, no mañana. Dejar la mochila, perdonarme y perdonar, aceptarme y aceptar.
Estos días han sido difíciles siempre queriendo dar solución a todo, pero ya no puedo, nunca estuvo en mis manos, aunque extraño muchas cosas y personas, me hubiera gustado que el tiempo no hubiera pasado tan rápido, las canas aunque tinturadas algo deben expresar, necesito la calma que tuve en ese sueño, ese desapego que siento que me hará más feliz.
Así que me levanté muy temprano e hice algo por primera vez, preparé unas rosquitas con una receta antigua que obtuve por ahí, solo para mí, por el placer de cocinar, no para otros, no para que vengan a buscar, no como excusa para que vengan a verme, solo para mí, bueno igual eran muchas así que llevé las que quedaron para compartir en el trabajo, fue terapéutico, absolutamente genial y entretenido.
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