Mientras aún dormía su esposa, Pedro Domínguez salió muy temprano a trabajar. Al llegar a la oficina, su secretaria le dijo: “Buenos días, don Alfonso”. Sorprendido con la equivocación de su nombre, Pedro apenas si respondió al saludo. A las diez de la mañana llegó un cliente a visitarlo: “Buenos días, don Sergio”, le saludó el cliente. ¿Qué significaba aquello?...La nueva equivocación lo exaspero bastante. Más tarde, se reunió para comer con su compañero de trabajo y amigo, Julián Morales, a quien le contó los dos incidentes que le habían pasado. “Ja, ja, no te preocupes Miguel, seguramente quisieron jugarte una broma. Pedro se le quedó mirando un instante, con los ojos muy abiertos como platos y pensó: “esto es el colmo”. Dando un manotazo sobre la mesa, sin decir palabra, se levantó y abandonó el comedor. Poco después de las 6 p.m. tomó su saco y se dispuso a irse. A la salida se encontró con el jefe, quien también se retiraba, y éste se despidió de él: “Hasta mañana, Eduardo, que descanse”. ¿Qué sucedía, también el jefe, era un complot, una broma monstruosa o qué?... Molesto con tanto equívoco, se fue a su casa. Nada más entrar, le dio un ligero beso en la mejilla a su esposa y le contó todo lo sucedido.
-Ha sido un día terrible, extraño, exasperante. ¿Cómo ha sido posible tanto disparate?... Porque supongo que cuando menos tú, sí sabes quién soy, ¿o no?
-Tómalo con calma, cariño; debe haber una explicación lógica. Y por supuesto que yo sí sé quién eres. Tú eres mi esposo, mi adorado esposo Raúl Torres.
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