*Dedicado a Soledad (Julia_Flora) en el día de su cumpleaños. (Sol, sé que algunas cosas de este relato te van a gustar
Después de un buen paseo, siempre se siente ese deseo supremo e inevitable de pasar a algún bar y beber una buena cerveza, una birra que relaje y reconforte el espíritu.
No estaba lejos de ese bar cuyo nombre ignoro pero que me seduce, debe ser por su ambiente, su intimidad, la atmósfera que se respira allí, muy arrabalera, y por sobre todo, ese pianito que tienen allí en un rincón y que está siempre cerrado. Siempre para mí, los lugares donde hay un piano, son sitios mágicos.
Llegar al bar fue cosa de momentos, realmente estaba muy cerca del lugar, quise entrar pero en la puerta me encontré con dos niños, nueve y once años tal vez, siempre he sido mal calculador con las edades pero enseguida me habló el mayor de ellos:
- Señor, ¿no puede darnos algo de dinero? Tenemos hambre y en casa no había para comer.
Le respondo de inmediato:
- Pedirle dinero a un trampero no está bien chicos, más bien ustedes debieran darme algo a mí. Pero este caso es diferente, quizás los pueda ayudar, tienen que darme unos minutos y vemos qué tal. ¿Qué opinan?
Algo decepcionados, no me respondieron de modo que, entré al bar. Fui directo a la barra y le dije al encargado:
- Quiero una cerveza, de las buenas eh? Que esté bien helada y refrescante.
- Mostrame el dinero antes de la cerveza – me respondió el hombre aquel con tono desconfiado y algo burlesco- esto es un bar, no un refugio para gente dudosa.
Saqué algunas monedas del bolsillo y los deposité a la vista del mesonero.
- Ya lo sabía – contestó él – no es suficiente, por qué no te vas al parque a pasear, este no es tu lugar.
- Y bueno, la economía del país no está bien no? La guita está escasa – contesté.
Luego continué hablándole al hombre del bar:
- Pero qué soberbio cuadro de Carlitos tienes allí colgado, y a su lado… Don Roberto, ah y también Don Enrique, qué maestros, brujos de la música porteña.
El hombre miró con orgullo hacia su espalda y observó complacido los grandes retratos de esos compositores inmortales de tangos.
- Dime algo, ese pianito que tenés allí, ¿todavía suena?
- Sí –respondió- a veces lo tocan algunos pianistas que vienen al bar, pero son escasos, es una suerte si viene alguno a tocar.
- Bueno hermano – le dije un poco más serio – la vida, como sabes es un trueque, qué tal si hacemos un trueque los dos
- ¿Qué trueque o qué trampeo queres hacer? – me dice con desconfianza.
- Es un acuerdo muy simple, media hora de música por dos pizzas. Yo creo que te conviene, le va a gustar a la gente que está en el bar, la música siempre gusta y agrada.
El hombre medita, desconfía, mira al piano, a mí, a sus clientes en amena charla y ausentes del trato propuesto , luego me pregunta dudoso:
- Y ¿qué vas a tocar en media hora para que yo te invite a dos pizzas sin pagar un peso?
- Bueno –contesto – puedo comenzar con algo de Don Roberto, puede gustar a la clientela.
- ¿Un tema de Biagi?
- Sí, puede ser un tema de Roberto Biagi – respondo con confianza.
- Bueno, pero si tocas un mamarracho, te saco a trompadas del bar – contesta todavía más desconfiado.
Me levanto de la silla y mirando el retrato de Don Roberto le digo al compositor : “Con su permiso maestro.
Abro el piano y comienzo a tocar un tango de Biagi, de pronto el bar se llenó de aquella magia musical y sonora que un piano puede dar, las charlas de los clientes se suspendieron momentáneamente para poner atención a la música.
Al terminar de tocar el tango de Biagi, se acerca a mí el encargado y me dice :
- Pájaro Ciego !! es uno de los mejores de Biagi, pero sigue tocando algo más y dime dónde te sirvo las pizzas que acordamos.
- En esa mesita – le contesto señalando una elegante mesa del bar aquel – sí, es un buen lugar.
- De acuerdo – contesta el hombre excitado y deseoso de escuchar más música – pero dale un poco más – y sonríe.
Toqué un tango más con la plena satisfacción de los clientes, hombres y mujeres que estaban allí, que por cierto, deseaban más del sonido y el canto esplendoroso del pianito aquel.
Entonces le hablo a aquellos clientes :
- Gracias amigos, son ustedes muy amables y por cierto amantes y conocedores de la buena música, pero antes de volver a tocar un tema más, me disculparán, tengo algo que hacer.
Fui a la entrada del bar, allí estaban los chicos, en esa espera de obtener algún dinero para comer algo.
- Chicos – le digo – gracias por esperar, pero la mesa y dos deliciosas pizzas esperan por ustedes, vamos adentro a comer, no tienen que esperar más. Entro nuevamente al bar ahora con la compañía de aquellos chicos.
El hombre de la barra me pregunta de inmediato:
- Y ¿Quiénes son estos ?
- No sé quienes son – contesto –pero es posible que en unos años más sean unos tramperos y vengan a pedirte una buena cerveza a la barra. Poneles algo de beber a los nenes, yo pago.
- La casa invita – responde con una sonrisa y ayuda a los niños en la mesa para que puedan comer sus pizzas – no hay nada que pagar.
Bueno, ahora cada uno a sus labores, los chicos a comer, yo al piano. Mientras tocaba un tema más, el hombre del bar me sirve una enorme cerveza la que dispone cerca del atril del instrumento.
- Ya te dije que no podía pagar esa cerveza hermano.
- No hay nada que pagar –responde él – te la envía ese matrimonio melancólico que me ha dicho que les has hecho recordar sus tiempos mozos.
- Y bueno, si es así.
Luego de terminar mi media hora de música, al piano habían llegado tres cervezas y dos platos con carnes para cenar. Finalicé mi concierto arrabalero y llevé todos esos regalos deliciosos para beber y morfar a la mesa donde estaban los chicos con sus respectivas pizzas, de las cuales quedaba ya muy poco. Con ellos compartí esos alimentos y cenamos en medio de risas y conversación. Mirando a esos chicos alegres y satisfechos, tuve la esperanza de que en algunos años más, fuesen unos buenos tramperos, así como yo.
|