Y cuando los conquistadores, nos llegaron de la Iberia
de tierras se apoderaron, dejando así a los nativos
sin campos para sus siembras.
Fue entonces que se estableció, la ley de la “encomienda”
donde los mayas hacían lo que aquellos ordenaban,
con pagos que alcanzaban, a penas para la comida.
Esto así fue decidido desde el Año 1520.
Allá por 1930, en tierras donde vivían, los mayas, tribu cachiqueles,
existía un finca que su dueño nombró “La Cortina”.
Se sembraba en ella café, que es orgullo del país
como “el mejor café del mundo” (colombianos, no se enojen)
Propietario de La Cortina, era español, don Gerardo,
gallego quien no pudiendo entender a los cachiqueles
por pronunciados acentos de ambos en castellano,
tenía como administrador un agricultor del país,
quien era alto y fornido, y su nombre era Vicente
encargado de decidir el “cuando, en donde y como”
y a quien los mozos llamaban simplemente “el patrón”.
Por supuesto su trabajo, lo hacía montando un caballo,
su orgullo era un garañón tordillo, al que nombrara “Monarca”.,
caballo de andar airoso y mostrando mucho brillo.
Llegaba ya el final de mes, Vicente presentó a don Gerardo
la planilla para que éste calculara los pagos que se harían.
Resulta que don Gerardo, siendo un hombre cincuentón
recién había regresado de visitar a sus parientes
en Pontevedra, Galicia y le informó a Vicente
que no había suficiente dinero contante y que tendría
que “descontar un porcentaje” a cada trabajador.
Lo que quedó otro remedio a Vicente y los peones se enojaron.
-Yo comprendo su molestia pero no es culpa mía,
son órdenes de don Gerardo, vayan a él, que les diga.-
Y a esto Vicente agregó: -Lo encontrarán en su casa, que él les explique”-
Enervados se dirigieron para hablarle a don Gerardo
quien los esperó en la puerta escuchando en silencio.
Luego les contestó: -Yo no sé de que me hablan,
yo le mandé al patrón el dinero, pregúntenle y verán.-
De nuevo a Vicente llegaron, no mucho que él pudiera hacer.
Enervados todos se fueron, a pensar el próximo paso..
Como siempre, al día siguiente, Vicente fue al cafetal
montado en su fiel Monarca, se internó en la plantación.
(El café es pequeño arbusto, que necesita algo de sombra
En tierra semi-tropical que ahí lo conseguían sembrando
altos árboles de quinina. La vegetación era densa).
De súbito Monarca debió haber oído algo, un ruido
quizás una rama quebrada y siendo así “pajarero”
rápido hizo un reparo echándose hacia atrás.
En ese preciso instante, se escuchó de arma un disparo,
el balazo pasó a escasos centímetros de la frente de Vicente.
trató éste de localizar al atacante, fue imposible,
no en un bosque tan tupido.
En la tarde del siguiente día, Vicente, su joven esposa e hijo,
un niño de dos o tres años, tomaron al tren que llevaría
de regreso a la capital, a la pequeña familia.
Nunca supo más de La Cortina.
(Una historia verdadera, “el patrón” era mi viejo, el niño mi hermano mayor).
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