Hay días que nacemos apagados,
que morimos
en cada intento cautivo
del naufragio revivido.
Siempre estamos solos,
siempre nacemos rotos,
siempre buscamos ornamentos
para darle una entidad a la alegría
que, falsamente, proyectamos en los otros.
Hay tardes,
que van cavando la nostalgia
de lo que, tarde o temprano,
morirá con nosotros.
Aquellos besos que rozaron mi SER dormido,
las caricias que fueron látigos en el sigilo,
las promesas que hicieron de mi corazón
un clandestino,
cuando me despojé de identidades y de estímulos
en el fluir de los ríos.
Tierno Mirlo,
te precipitas
al paraíso de flores y de bellos caminos,
jugueteas
en las mejillas del anciano y del niño,
abrevas el caudal interno que me aqueja, querido.
¡Desierto prístino!
háblame de la novena luna y de la pena vieja,
cántame en la pronunciación del verso
éste, que ha sido apreso
en el trémulo ensueño de los cerezos al viento. |