Otto se sentia vacío… y no era exactamente por hambre, ya que en cualquier momento podía comer lo que se le aparecia por el camino, tampoco era por falta de techo, porque donde vivia podría asemejarse a una mansión, impecable, de paredes blanquísimas y pisos desinfectados. Por donde caminara se podía sentir el olor a lavanda o a vainilla y todas las cosas estaban puestas minusiosamente en su lugar. Los días eran lagos y Otto se podía pasar horas recorriendo su casa y no terminaba de hacerlo por completo. Aburrido, un dia se acomodó en un rincón a ver televisión y desde allí pudo ver una arboleda, escuchó el ruido que hace el viento al chocar con los arboles, vio el color de la tierra y casi pudo percibir el olor de la hierba en contacto con el rocio, se sintió extraño, como si su corazón quisiera dar un brinco y sobrepasar la pantalla, quería salir a buscar esos arboles, tocar esa hierva y ser mojado por esa lluvia, pero cuando se acercaba a la pantalla, solo el reflejo de sus pequeños ojos lo hacían retroceder, volver a su rincón con sus paredes blancas y el olor a lavanda…
las nauseas y el mareo por primera vez fueron premonitorios y decidio hacerle caso a sus instintos. Tuvo que pasar mucho tiempo, tal vez un par de horas para que Otto pudiera cumplir su deseo, salir de esas paredes y buscar su destino. Y asi fue, ahora se encontraba frente a un amplio césped, tocando tímidamente la tierra aun humeda, y disfrutando el olor a hierva. De repente se sintió obervado y el miedo le recorrio todo su cuerpo, ¿seria hora de correr y volver a su sitio de confort y total orden??... si fuera el caso, ya era muy tarde su casa estaba muy lejos y los zapatos donde se había subido ya debían estar de regreso. Siguio su instinto propio de su especie , solo que el aun lo desconocía, y continuo caminando apresuradamente, de golpe y como una aparición se encontró de repente con el montículo de arena color miel mas hermoso que jamas había visto, de el emergia ese olor húmedo que había soñado percibir antes cuando anhelaba estar justo ahí donde pisaban sus patas, subió lentamente hasta la cima de la montaña arenosa donde se abría un gran agujero y descubrió que multiples ojos lo miraban desde la oscuridad, ojos grandes y chicos, ojos redondos, los mismos ojos que reflejaban el televisor, el mismo color de su esqueleto, su misma figura, el mismo tamaño y el mismo aire de nerviosismo. Otto, el mismo que se escapó sobre uno de mis cordones llegó a parar a mi jardín un miércoles 15 de mayo y resulta que el pobre otto no sospechaba que había sido llamado hasta allí con el mensaje vibracional de la madre tierra y bajo sus patas mas de 80 metros de una colonia perenne de hasta 5 metros de profundidad arrullaban cuatro castas de hormigas arrieras esperando la orden de la hormiga reina, la única hormiga fértil y alada, lista para salir y hacer su vuelo nupcial en presencia del macho que llegaba al fin a su jardín.