Únicamente traía puesto un polo guinda, unos shorts negros y unas gafas. Tenía las manos en los bolsillos y una mirada perdida en el horizonte. Caminaba en la orilla del mar y ya se había acostumbrado a sentir el frio del agua en sus pies. Tenía una caminata rápida e intranquila. No traía con él ningún objeto personal, ni billetera ni celular. Únicamente él y sus ideas estaban en esa playa. Su expresión denotaba preocupación.

Después de unos minutos, se detuvo y dirigió la mirada hacia el enorme cielo; luego, observó la luna, mientras sentía las heladas gotas de lluvia en su rostro y allí quedó hasta que escuchó.

Escuchó una risa; una muy dulce. No entendía de donde venia aquel sonido; no podía ver nada a sus al rededores, mas que arena y mar. – ¿De dónde viene? ¿Quién es? – pensó él, mientras aceleraba el paso. La risa seguía riendo, y el muchacho, buscando
Unos metros más allá la vio. Era tan hermosa que al suelo cayó rendido. Tenía un rostro dulce, decorado con una fina nariz; las mejillas redondas y rojizas, junto a ese par de lunas marrones hacían resplandecer su mirada sincera. Traía un vestido celeste claro y un collar en el pecho.
Estaba ella frente a una fogata, jugando con un cachorro. Estaban empapados por la lluvia.

Él solo quedó tonto, mientras adoraba el hermoso rostro de aquella sonrisa desde no tan lejos. Sin embargo, sus miradas se cruzaron: quince segundos que duraron quinientos años.

¡Hey, tú! ¿Qué haces ahí? Te vas a congelar. ¡Ven, únetenos! – exclamó la dulce voz con una sonrisa enorme en el rostro, seguido de un ladrido.

Él solo atinó a asentir tímidamente con la cabeza y sonrió. Después, se dirigió hacia ellos.

Es muy bella. - pensó, mientras caminaba.

Ya no había problemas merodeando en su mente. No había nada allí, mas que un sonido, uno muy dulce: aquella risa.