Cada vez que me encuentro con mi amiga Judit, acude a mi memoria el famoso cuadro de Artemisia Gentileschi en el que se representa la decapitación de Holofernes por la homónima heroína judía. Y el caso es que mi amiga puede ser la persona más entrañable del mundo. Pero, si se trata el tema del machismo, su mente se obnubila y se olvida de toda mesura y ponderación. Oyéndola hablar, se diría que todos los hombres somos culpables de algo por el simple hecho de ser hombres. O que existiría una especie de pecado original que sólo nos afectaría a nosotros. O que, por pertenecer al mismo sexo que los machistas y los maltratadores, una parte de su culpa, por pequeña que fuera, también nos afectaría a todos los demás.
En la vida de mi amiga Judit no ha ocurrido, que yo sepa, ningún acontecimiento dramático que pudiera explicar la mala opinión que tiene de todos los hombres. No fue ése el caso de Artemisia Gentileschi, quien, con 18 años, fue forzada por el pintor Agostino Tassi. Esta barroca y genial pintora romana volcó toda su frustración y toda su cólera pintando “Judit degollando a Holofernes” mientras se llevaba a cabo el juicio por violación. Sus rasgos físicos son los de Judit, y los rasgos físicos de Agostino Tassi, los de Holofernes. Del rostro de este último se desprende un terror indescriptible. La actitud de Judit, más que de ira, se diría de odio, de odio reconcentrado. Su manera firme y decidida de sujetar la cabeza del general asirio se asemeja más a la de un sacrificio animal, o ritual, que a la de un asesinato.
Hace unos días me vi atrapado en el siguiente dialogo con mi amiga:
- Lo que yo te diga. Todo el peso de la casa lo llevamos las mujeres. Y el peso de los hijos, también. Los hombres ponéis la semillita y sanseacabó. La crianza de los niños, el día a día con ellos, es asunto nuestro.
- Tienes toda la razón. Las mujeres os encargáis de la mayor parte de las tareas relacionadas con los hijos: la alimentación, el vestido, el colegio… Como los hombres, por lo general, no colaboramos mucho, pues pasa lo que pasa. Cuando el hombre no hace nada, la mujer lo tiene que hacer todo. En caso de que el hombre haga un poco, ese poco menos que tendrá que hacer la mujer…
- Pero vamos a ver, ¿qué es lo que no entiendes? Ya te he dicho que las mujeres lo hacemos todo. Todo.
- Bueno, en general será así, no digo que no, pero, aunque sea una mínima parte, supongo que algunos hombres también haremos algo. Algunos se ocupan de ir a las reuniones de padres, por ejemplo. Y todo lo que hace uno de los cónyuges, no hará falta que lo haga el otro. Son como vasos comunicantes…
- Tú te mueves en el mundo de la utopía. Yo te estoy hablando de la realidad. De la realidad pura y dura. Y la realidad es que los hombres no hacéis nada. Nada. Cero patatero.
La conversación entró en vía muerta. Se imponía cambiar de tercio y pasamos a comentar las noticias de actualidad. Pero, como yo me había quedado un tanto desazonado por la confrontación anterior, al poco rato, queriendo congraciarme con ella, le dije:
- Me temo que con todo ese rollo de la liberación de la mujer habéis salido perdiendo. Si tenéis que trabajar tanto en casa como fuera, necesitareis ser superwomen. Y eso no se le puede exigir a nadie. No se pueden exigir heroicidades por decreto. Hablando de héroes, ahora caigo en la cuenta de que sólo hay una mujer en “Los cuatro fantásticos”. Eso representa una cuota del 25 por ciento. Ni siquiera en los comic contáis con paridad. Y, curiosamente, se trata de “La mujer Invisible”. Justamente “la mujer invisible”. Eso es lo que pasa, que muchas mujeres os habéis vuelto invisibles para el resto de los mortales. Mira, si no, el gran número de artistas excelsas que ha habido a lo largo de la historia y que no han recibido apenas reconocimiento. ¿Quién se acuerda hoy, por ejemplo, de Artemisia Gentileschi?
- No sé quién es esa mujer.
- Bueno, eso es lo de menos. Lo de más es que, como te decía, las mujeres hacéis verdaderas heroicidades para estar a la altura de lo que la sociedad espera de vosotras. Tenéis que desenvolveros con eficacia en el mundo laboral, tenéis que soportar toda la carga en el ámbito doméstico…
En ese momento, Judit desenvainó nuevamente su espada.
- Tenéis, tenéis, tenéis… Muy bonito. Muy bonito. Todo lo tenemos que hacer nosotras. Vosotros no hace falta que hagáis nada. Todo el trabajo para nosotras. Y luego dirás que no eres un machista…
Para evitar que me rebanara el pescuezo de un tajo, busqué otra vez la salida en los temas de actualidad. En este caso, de la actualidad política.
- Hay que ver qué partidos políticos tenemos. Ahí lo que impera, más que la democracia, es la dedocracia. Salvo contadísimas excepciones, el jefe del partido es un cacique que lo controla todo. Todos los cargos y todas las decisiones dependen de él.
- ¡Y con la cantidad de gente preparada que hay! – respondió mi amiga.
- Sí, tanto hombres como mujeres…
- Ya. El problema radica en la forma en que se confeccionan las listas.
- A esas me refería, a las listas. Con las tontas no hace falta contar. – Aunque era un juego de palabras evidente, no quise dejarlo pasar de largo.
Mi amiga consideró que no era pertinente ningún juego – ni de palabras siquiera – con determinados temas. De nuevo blandió su espada.
- No tiene gracia. Claro que hay mujeres tontas. Y hombres tontos también. No te jode. Anda que no hay hombres tontos. En los partidos y en todas partes. Entre mis amistades también hay alguno...
Ante el cariz que tomaba la conversación, me despedí de la mejor forma que pude. No he vuelto a verla desde entonces.
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