Después de Munich
—¿Puedo sentarme aquí, señorita?
—¡Por supuesto!—me contestó con simpatía —Tendremos una espera de casi tres horas.
Así es que me senté y ordené un café con leche y medialunas.
Ella estaba tomando un té con tostadas. vi con asco que le agregaba unas gotas de limón al té. Odio el limón en todas sus formas, así que ya empezaba mal con esta chica. Pero tenía que hacer tiempo y no habían más asientos disponibles.
La muchacha no estaba mal. Tenía el cabello trigueño, tirando a rubio, una figura apetecible, ojos color ámbar con líneas verdosas y una sonrisa encantadora. Según me dijo, se llamaba Natalia, era argentina, vivía en Rosario y había venido a Buenos Aires para anotarse en un curso de verano de la Universidad Austral. Su sueño era hacer películas, dirigir cine, pero como para seguir esa carrera hay que tener mucho dinero, ahora iba a hacer un Curso de Enfermería y en cuanto se recibiera, comenzaría a trabajar en una Clínica de su tío y así podría comenzar su carrera de Cine y expresión Audiovisual.
Me dio un poco de vergüenza ver que una chiquilina ya tenía planeado su futuro e incluso se sacrificaría dos años siguiendo una carrera de enfermería, que después no le serviría para nada, ya que su sueño era estudiar Cine y realizarlo.
Naturalmente, no traté de conquistarla ni nada de eso.
Cuando todo se normalizó en el Aeropuerto, compartimos un taxi y la dejé en la casa de una amiga que la cobijaría mientras estudiaba.
Me dio su teléfono, pero ya en el taxi, rompí el papelito. ¡Adiós Natalia!
Yo no soy un buen tipo para ti. Te mereces algo mejor.
Llegué a mi casa y me metí en la cama. No me voy a levantar en tres días por lo menos, hasta que se me pase este bajón y vuelva a ser el cínico de siempre.
Estaba peleado con Erika a quien dejé en Munich y me preocupaba el tener que decírselo al hermano, la bestia peluda esa, quien me había advertido que me mataría si hacía sufrir a su hermana.
No me alcancé a dormir, cuando sonó el teléfono.
Refunfuñando atendí. Era Rodolfo, el hermano de Erika, dos metros de altura y cien kilos de puro músculo, con un cerebro así de chiquitito.
Me dijo que en cinco minutos estaría en mi casa. Que lo esperara.
Ni loco, ni ebrio ni mamado lo voy a esperar. No soy suicida.
Me vestí rápidamente y corrí hacia el fondo de mi casa. Crucé el pequeño jardín y traté de subir la maldita pared que levantó mi vecino, el papá de Soleil. Esta vez lo conseguí y me dejé caer del otro lado, donde el viejo estaba regando el jardín
Al reconocerme, me apuntó con la manguera y me mojó todo.
Alcancé a ver que Soleil estaba tras una ventana, riéndose a carcajadas. Traté de hacerle señas con la mano pero el viejo maldito siguió mojándome y corrí a su casa y entré en ella todo chorreando agua y barro.
—¡Salvame Solita! —le grité angustiado…
—¡Tanto miedo por un poco de agua! —me dijo riendo Soleil
—|No es por el agua! Sucede que va a venir Rodolfo, el hermano de Erika y me quiere destrozar.
—¿Qué le hiciste a Erika? —me preguntó sorprendida.
—¡Nada! Lo feo es lo que Erika me hizo a mí— le contesté, pero ¿quién le hace entender eso al bestia este?
—¡Claro! Primero te va a golpear hasta dejarte moribundo y luego te va a escuchar…
—¡Gracias por el aliento que me das! ¡Ya veo que no puedo contar contigo! —le recriminé.
—¡Pero Edy! Hace como dos años que no te veo, y te apareces hoy saltando la pared, como en los viejos tiempos, gritando por ayuda.
—¡Bien que te gustaba que saltara la pared, antes!
—¡Puede ser! Pero entonces era una adolescente y ahora soy una mujer que ha madurado…
—¡Estás más linda que nunca! —le dije zalamero, pero le estaba diciendo la verdad.
En ese momento escuchamos al papá de Soleil que gritaba algo. Nos acercamos a la ventana y me temblaron las patitas al ver que estaba insultando a Rodolfo, quien estaba trepado al muro, listo para saltar.
—¡Baja de ahí, maldito! ¡Vuelve a tu casa! ¡Ya me han roto todas Violetas de los Alpes! ¡Me las vas a tener que pagar, nazi del demonio!—gritaba el viejo enfurecido.
—¡Que mentiroso es tu viejo! —le dije a Soleil —Dice que son Violetas de los Alpes y solo son unos tristes pensamientos…
Para qué le habré dicho eso. Yo y mi bocota. Soleil se puso como loca. Abrió la ventana y le gritó a Rodolfo, que estaba indeciso sobre el muro…
—¡Vení, Rodolfo, que acá está escondido!
La bestia no lo pensó mucho y saltó cayendo justo sobre unas plantas de jazmines que ya estaban en flor.
Mientras el viejo lo corría con la manguera, yo aproveché para salir a la calle y correr como una flecha a la casa de mi hermana, a dos cuadras de ahí. Entré por el garaje, que mi cuñado ha transformado en la sala de espera de su consultorio. Por suerte solamente había dos pacientes,
que cuando me vieron entrar, todo mojado, embarrado y con la cara de un loco, se pusieron a gritar asustadísimos.
Uno de ellos salió corriendo a la calle y seguramente no lo volveremos a ver y el otro se desmayó o algo parecido, pues le agarraron una especie de convulsiones y se retorcía por al piso.
No me quise quedar y me fui antes que saliera mi cuñado o mi hermana y me culparan a mí.
Seguí corriendo una cuadra más en dirección al Club y entré rogando que no estuviera el coreano, profesor de Tae-kwon-do, que me tiene un poco de fastidio. Por fortuna nadie me vio y me fui a las duchas a arreglarme un poco. Me saqué la ropa mojada y embarrada y me metí bajo la regadera con el agua bien caliente.
¡Ahh! ¡Qué delicia! No hay nada como una ducha con el agua al máximo, para hacerlo revivir a uno.
Dentro de un rato telefonearé a mi hermanita para que me traiga un poco de ropa para cambiarme.
—¿Querés un tohallón, Edycito?—me dijo una voz conocida. La reconocí enseguida. Era la voz de Rodolfo…
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