Solidaridad

Andrés llegó a la funeraria para dar el último adiós a un amigo fallecido.
En el primer salón se encontró con un panorama desolador: un ataúd al que sólo lo acompañaba la viuda del fenecido quien lloraba desconsolada.
Caminó hasta el féretro y luego de ver el rostro del occiso ofreció sus condolencias a la mujer, quien recibió compungida su gesto solidario, y secando sus ojos con un pañuelo, agradeció su presencia.
—Gracias por venir. Estaba tan sola. -dijo- En estos momentos es que más se necesita de la compañía y del apoyo de una mano amiga.
Andrés asintió; la acompañó hasta su sillón y se sentó a su lado. Nadie más entró, por eso desde ese momento hasta la salida al cementerio conversó mucho con ella.
—¿De dónde lo conocías? —preguntó la viuda.
—En el estadio. En una ocasión nos sentamos al lado y hablamos un buen rato; intercambiamos teléfonos y a veces nos comunicábamos.
—Siempre fue muy sociable —comentó ella—. Le encantaba conocer gente nueva.
—Sí. Hicimos una sólida amistad. Era un hombre muy conversador, noble y de buenos sentimientos.
Toda la conversación giró en torno al occiso, hasta que un empleado les comunicó que había llegado la hora de partir al camposanto.
—La voy a acompañar. Quiero darle estar con usted en ese triste momento. —le expresó el hombre cuando abandonaban el salón.
Llegaron al camposanto y sepultaron el cadáver entre abundantes lágrimas. Y transcurrido el sepelio se despidieron como viejos conocidos.
Mientras se alejaba, Andrés se reprochaba no haberle confesado que no conocía a su esposo; había entrado a un salón equivocado y al verla sola decidió hacerle compañía para consolarla.
Lo que no sospechó era que buena mujer ya había descubierto que mentía, pues su esposo nunca fue un gran conversador, pues era mudo. De todas maneras, le agradecía su compañía pues en estos momentos de dolor es cuando el ser humano requiere de apoyo y solidaridad, y si viene de un desconocido se valora mucho más.

Alberto Vasquez.