La nena estaba en la primaria
y la jauría de perros ladrò al alba,
olvidó sus pantimedias de la buena estrella
sobre su cama,
abrevó sus primaveras
al filo de la madrugada.
La nena no volvió a casa
y sale el proletario a las marchas,
la nena prometió volver
y su cuerpo yace vejado en una zanja.
La nena se llamaba Micaela,
también Marita y Silvina,
la nena tenía los rasgos de Araceli,
la inocencia de la pequeña Malena,
y de tantas mujeres que no vieron su mañana
ni zurcieron las hebras de la esperanza
que se deshilaron en la ausencia mansalva.
Ni una menos (1-)
mientras la sangre sigue corriendo,
mientras el mundo es un repulsivo agujero
de fanáticos y de devotos violentos,
de violadores y de enfermos ateos,
mientras el miedo nos adentra en el sufrimiento,
mientras nos estamos muriendo
en el vano intento de seguir viviendo.
La nena no volvió a casa
y mamá la espera con el beso guardado,
con la caricia entre las manos,
con la ansiedad acechando.
Papá la llama,
cambia el mate que se ha lavado,
papá marca a la policía
y nadie dará respuestas
cuando se haya originado la sentencia del daño.
La nena no volvió a casa
y hay un pájaro en su ventana,
hay un zorzal cantando con tristeza de antaño,
la nena no volvió a casa
y la puerta es derrumbada
por la precocidad de los años,
el polvo tambièn acumula resabios
del falto amor en los labios.
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