Miré sus ojos castaños y me enamoré. Extasiada por su voz varonil, dejé de escuchar a todos los demás. Luego me concentré en sus manos fuertes de hombre acostumbrado a las tareas rudas. Había visto como cortaba leña y se dedicaba a cultivar la tierra. Quise acercarme a él, pero sabía que era imposible. Hay barreras que son infranqueables. Pertenecíamos a mundos diferentes. Yo vivía en la gran ciudad; no teníamos nada en común. Él parecía feliz en ese mundo desconocido para mí. No tenía sentido hacerse ilusiones.
Me puse de pie, lo miré por última vez, y salí de la sala sin ver el final de la película.