Suicidio de un poema.
Saltar de verso en verso
gorjear como un pájaro enjaulado
exigiendo libertad o muerte;
igual da
si no estás viviendo.
Pétalos y hojas caídas
en todas tus faldas
abriendo camino hacia la vida
que te falta.
Mi cordura se fue tras ella
-otro engaño,
una trampa al ojo
como llamarla alguna vez musa-.
Empecé a sospechar
cuando abrazaba más al vacío
que a mi cuerpo pequeño,
cuando reía, nerviosa,
en lugar de abrazar el peligro
de derrumbe entre tantas grietas.
Al fin,
era tarea mía recomponerlas.
Le escribí un poema
justo un año después
de no haber dormido en su cama,
que empecé de madrugada
mientras volaba de vuelta
al hogar que era mi casa
con las manos heridas
de restaurar tanta mentira
y cargar con el peso
del hastío y la culpa,
la necesidad estúpida
de saberme comprendida
y terminé
recompuesta a base de cicatrices
saciada de saliva en otras bocas.
Ya no me calmaban la sed,
no eran bálsamo en la llaga
que me hacía la vida,
ni tan siquiera compañía,
otra capa de piel sobre la espina.
Mas cuando caen
nadie corre a salvarte,
aunque les pueda la prisa
para señalarte
cada uno de los errores
que cometiste.
Borrón y cuenta nueva, dicen.
No, que así olvidas
y olvidando vuelve el traspiés
en la misma grieta
al doblar la esquina.
No, yo no.
Sólo desecho otra versión
de la que pude ser...
Pero no, esa no.
No me convence
con su calma al acercarse
a otros abismos,
ni el miedo
a la agonía muda
de oír lo que ella grita
sin pararse
-por un instante-
a pensar en ti.