De pequeña
me encantaba ir a pescar;
no por la tarea en si
sino por todo lo que conllevaba.
La noche anterior
mi padre preparaba nuestras cañas
-la mía amarilla y pequeña, como yo.
la suya azul, pesada e interminable, como él-
los aparejos y la carnada.
Por la mañana
bien temprano
pillábamos los bártulos
los metíamos
en aquella pequeña barca
y nos íbamos
mar adentro.
Lo de después era magia.
Horas y horas
sin cruzar palabra
aunque a veces aparecía alguna
cuando picaban los peces
y comentábamos
quién iba ganando la lucha.

El amor es eso.
Preparar todo con cariño.
Hacer planes y cumplirlos
para disfrutar el tiempo
dedicado a otra persona
aunque a veces sea en silencio
que las palabras a veces sobran
porque el resultado
nunca es lo importante
que no hace falta pronunciar
un te quiero para sentirlo
abrazándote por dentro.