Tomas y Martín dos jóvenes ladrones de poca monta han puesto su atención en un imponente palacete ubicado a las afueras de la ciudad. Contaban de antemano con la información de que su habitante era una acaudalada, joven y hermosa mujer, la que rara vez era vista. Sin embargo, en contadas ocasiones, concurría a alguna fiesta u obra teatral luciendo fastuosas joyas. El único riesgo era su chofer y posible amante, un hombrón alto, de espada ancha y musculatura prominente, el cual, por si fuera poco, poseía una dura mirada intimidante; pero para la buena suerte de ambos, se habían informado que aquel debió realizar un viaje, por lo que auguraban un robo fácil y exitoso.
Bien equipados llegaron al lugar antes de medianoche. Aprovechando el frío reinante y la profunda oscuridad, lanzaron carnada tibia a los perros, adormeciéndolos por completo. Resuelto el primer escollo se introdujeron al lugar. Recorrieron extasiados las habitaciones; finos muebles de madera dorada, cristales por doquier y los muros vestidos con inmensos cuadros, daban cuenta de que lo que menos había en aquel sitio escogido, era escasez de dinero. Comenzaron a acopiar su botín, platería, tapices y adornos. De pronto a sus espaldas y desde la escala, una sensual voz de mujer les asalta diciendo; Pues vaya, no me esperaba tan gallardas visitas y menos a esta hora . Al girar, sus miradas quedaron hipnotizadas de arrebato y asombro, ante sus ojos el hermoso y voluptuoso cuerpo femenino, cubierto apenas con una larga y negra bata de encaje transparente que dejaba poco y nada a la imaginación, despertó la libido de ambos, con inusitado descontrol.
Ella, dueña de la situación, bajó la escala como una gata, llenando el aire de sensualidad. Su cabello de brillantes destellos color ámbar llegaba justo hasta sus turgentes nalgas. Los hombres no daban crédito, tampoco reaccionaban. ¿Una copa? , ella cortó el silencio con la invitación. Los hombres se miraron; ¿Por qué no? , respondieron al unísono. Con los tragos en la mano ella les guío hasta su dormitorio y se dejó caer con soltura sobre la holgada cama, luego acomodó la fina bata dejando ver en plenitud sus bien torneadas piernas justo hasta donde éstas dejan de serlo. Con su delicada mano hizo pequeños toques sobre la superficie de la misma, como quien llama a su perro, en señal de que los dos hombres se acomodasen junto a ella. Sus cuidadas y rojas uñas produjeron un ligero chasquido de impaciencia. Ante la clara insinuación, los dos hombres se desprendieron rápidamente de sus ropajes, lanzándose desatados al gozo.
Una amplia sonrisa de satisfacción se instaló en el terso semblante de la mujer y por la comisura de sus hermosos labios carmesí asomaron sus soberbios y afilados colmillos; justo cuando, puntualmente, el gran reloj al pie de la escala daba los ding dong de medianoche.
LPQLP!!
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