Otra vez te recuerdo, madre,
no has tenido una muerte física
pero te he condecorado
como la progenitora de mis desdichas,
te he horadado con ternuras lejanas
sobre el gemido de tu suplicio.
Me diste la vida
y no me dotaste de la parsimonia para vivirla,
me diste un corazón
para mutilarlo,
me diste un don creador
que en la adversidad se manifestó desmedido,
que en mi interior nació
como la primacía de un rugido.
Madre,
la ausencia no tiene rostros ni nombres,
la musa es la creación en el éxodo,
el amor es para el inocente un tesoro,
madre, no te culpo ni te imploro,
madre, fui tu frustración y tu aborto.
Padre y madre,
hermanos
que los pregonó la marginalidad de las calles,
mujer de sonoridad perturbable,
me quitaste todo
y me enseñaste la didáctica de los miserables.
En los primeros años
fue tu calor un dolor temprano,
eché en falta tus manos
como un resguardo manso
y quise buscarte cuando la tristeza era grande,
pero al encontrarte no hallé lo esperado
porque esas manos fueron oteas e infames
ante la incontinencia de aquel daño perdurable.
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